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caracas crítica

EN EL HILO DEL VÉRTIGO

Por: Luis José Natera Tibari


“La vida no es un problema a ser resuelto sino una realidad que debe ser experimentada.”

Søren Kierkegaard


Imaginaos, un individuo parado frente a la estación del tren, con sus lentes empañados por la lluvia, con la niebla como una invitada inesperada abrazando su cuerpo, mientras su mente yace lejos de allí, y que luego de un minuto, sin más, deja que su respiración fatigada se mezcle con el aire, su presencia en ese lugar sombrío y la angustia de lo que debe hacer lo tienen inmóvil, al borde de la locura, porque eso en muchos instantes es la vida, una sensación que va más allá de su significado, es como estar sentado a la orilla de una playa en una noche oscura, sin luna, sin nadie, solo tú y la decisión que has de tomar, y por supuesto, las consecuencias que esta traerá. Pero, con la convicción que esa decisión saldrá bien, siendo un faro de esperanza, un cayado que te asegura las sendas en la lobreguez de la incertidumbre, y como aquel que ama lo más atesorado, das ese paso fuera del umbral de la razón.


La vida es una constante toma de decisiones, activas o no, las que irán armando ese complejo rompecabezas que es la existencia, con piezas que pueden estar colmadas de narraciones fantásticas, ficciones o fábulas, todas con la firma de su protagonista, un individuo que cónsono con sus necesidades comenzara a extraer o incluir capítulos en su vida; porque algo que es característico de toda existencia es el simple hecho de ser un arte y no una ciencia, donde podemos avanzar en el afán de hacer historia, siendo consientes tan solo del prefacio, aventurándonos en lo absurdo, en donde la desesperación y la angustia hacen presencia a la puerta de nuestras intenciones, marcando en la mayoría de los casos el rumbo que debemos seguir, pues, más allá del abismo siempre hay un destino.


La vida es una constante toma de decisiones, activas o no, las que irán armando ese complejo rompecabezas que es la existencia

Con ese prologo deseo poner sobre la mesa la angustia y la locura, las cuales son parte de la humanidad al momento de tomar una decisión, y que son esenciales para percibir que nos quiere plantear el filósofo danés Søren Kierkegaard al plasmar en su libro Temor y Temblor la metáfora del sacrificio Abrahamico; debido que, para él quien ama como quien cree, no reconoce los obstáculos ni los problemas del mundo; pues el acto de fe parece estar vinculado directamente al amor. Kierkegaard encuentra en el arquetipo de Abraham el individuo perfecto para hablarnos sobre la angustia, lo ético y el creer.




“…desde un punto de vista ético, podemos expresar lo que hizo Abraham diciendo que quiso matar a Isaac, y desde un punto de vista religioso, que quiso ofrecerlo en sacrificio. Se presenta, pues, una contradicción, y es en ella precisamente donde reside una angustia capaz de condenar a una persona al insomnio perpetuo; sin embargo, sin esa angustia, no habría sido nunca Abraham quien es...” (Kierkegaard, 2014, Temor y Temblor, pág. 18).

De dicho fragmento, podemos extraer tres elementos cardinales para la reflexión. En primer lugar, el particular de los puntos de vista: en este tema Kierkegaard coloca en la palestra lo individual que puede ser la interpretación de un evento según la óptica que tenga una persona, notándose en mucho de los casos una abismal diferencia entre la ética de quien no es creyente con quien si lo es. Para el primero, el conocer la acción de Abraham lo hace acreedor del rol protagónico del episodio más vil y draconiano que puede haber entre padre e hijo, lo cual pudiera inspirar cualquier atrocidad futura, amparado en la afirmación de ser Abraham el “elegido” por Dios para llevar a cabo acciones en su nombre, existiendo —para ellos— la certeza de que dicho sujeto debe tener algún estado psiquiátrico alterado que condicione sus actos. La “libre” intención de Abraham de entregar su hijo al “ritual” lo convertiría entonces en un asesino despiadado. Sin embargo, para los creyentes la decisión que tomó Abraham es todo lo contrario: es la acción de un devoto que lleva el título de “el patriarca de la fe”, ya que, puso el amor de Dios ante cualquier amor filial, con lo que ejemplifica lo que el filósofo danés llamaría como un “caballero de la fe”. Que es quien supera la desesperación, al aceptar a Dios en la paradoja que esto pudiera parecer a la razón humana, en el sentido que, basa su creencia solo en la confianza a Dios, y no en su propio juicio. En cambio, aquel que no tiene relación privada con la divinidad —siendo para éste lo ético equivalente a lo divino— sería definido por Kierkegaard como un héroe trágico: un sujeto que trata a Dios en tercera persona, lo ético en un instante, y al hacerlo encuentra refugio en lo general; no así el caballero de la fe, pues éste tiene la pasión necesaria para concentrar en un solo punto lo ético que quebranta.



“…Lo que siempre se pasa por alto de la historia de Abraham es el hecho de la angustia. Porque yo no tengo, respeto al dinero, ninguna obligación moral, pero, como padre, si la tengo con mi hijo, es la más noble y sacrosanta…” (Kierkegaard, 2014, Temor y Temblor, pág. 17).


En el segundo punto, hallamos a la angustia como elemento a meditar, pues nos sumergimos en aguas profundas, donde yace la emocionalidad de Abraham antes de llevar a cabo la petición de Dios e ir así en contra de la ética tradicional. Porque imaginar a un hombre que a pesar de estar convencido de la petición divina —sigue siendo hombre, esposo, padre, y como tal—, válidamente agoniza de zozobra por la decisión tomada; porque entregar en holocausto a su hijo unigénito, luego de décadas de suplicas al mismo Dios que lo pide en sacrificio, hace que cualquier psique humana se sienta abrumada, y debata en ella los diferentes lados de la balanza.

Kierkegaard al hablarnos de la angustia lo hace no desde un lugar de amargura —aunque parezca paradójico—, sino que examina lo que significa la existencia, el “estar aquí”; debido que, no estamos determinados desde lo racional, ni desde lo biológico, sino que somos tirados a este mundo con elementos y circunstancias que no podemos controlar y que son imponderables. Esto es lo que nos supone un peso en nuestra vida, que ineludiblemente nos lleva a la angustia.


La angustia es el producto de la condición indeterminada y libre del hombre, por tanto, el decidir sobre un futuro incierto nos causa temor a equivocarnos. De allí la famosa frase de Kierkegaard (1844) “La angustia es el vértigo de la libertad”.


Kierkegaard al hablarnos de la angustia lo hace no desde un lugar de amargura , sino que examina lo que significa la existencia, el “estar aquí

El último punto es aquel que aborda el llamado salto hacia la fe, un cambio de cualidad por otra sin tener las dos cualidades a la vez, una decisión que se toma cuando no hay evidencia de la certeza. Kierkegaard nos da luces de este salto en Abraham cuando él, sin cuestionamientos lógicos, acepta la decisión y petitoria de Dios, llevando su acción más allá de lo razonable; pues con cada paso que este da hacia el Monte Moriah, se iba acercando al final de un camino, para quedar en el último instante al borde del abismo, en el cual no se es capaz de ver que hay después de la bruma. De este modo aparece el vacío en su Ser, no por falta de fe, sino por la incertidumbre de lo que habrá, porque luego de toda decisión siempre hay un resultado, sea este el deseado, o aquel que viene a enseñar. Tras cada salto hacia la fe, el individuo deja de ser quien era, para comenzar a hacer quien es.


De igual manera, tomo la licencia de traer un caso propuesto por el mismo filósofo danés que da más luces sobre el hecho de estar en el hilo del vértigo, el relato de Adán y Eva del pecado original. Pues la decisión de Adán de tomar la manzana fue por ejemplo un salto hacia la fe, en el cual pasó de no ser pecador a ser pecador en un santiamén, sin que exista una transición, lo que lleva a plantear aquello que expone Kierkegaard al decir que la angustia precede a las consecuencias de una decisión ética. Aun con este ejemplo, se nota que Adán comió la manzana sin saber que era algo “malo”, porque él no conocía el mal, solo sabía que había una orden de no comer el fruto de aquel árbol, y bien podría preguntarse en su angustia ¿Por qué no debo comer la manzana? ¿Cómo sé lo que es malo si no conozco este concepto? Sin duda, la angustia es parte de la existencia humana, porque más allá de la creencia del individuo, si éste desea conquistar nuevos horizontes, debe dejarse llevar por el vértigo que la libertad ofrece a quien decide su propio destino, pues no somos solamente una realidad, sino una posibilidad.




 

Luis José Natera Tibari


Maestrando en Filosofía - UCAB Guayana

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