La experiencia cotidiana y la vivencia rutinaria son espacios impensados y dados a nosotros. Ellos pueden ser el lugar de encuentro con lo familiar y lo desconcertante, la pregunta que surge sería: ¿cómo entender, y en qué consiste lo cotidiano?
Por: Ernesto Borges
Cuando nos aproximamos a temáticas filosóficas, a hechos históricos, y en líneas generales cuando intentamos comprender una cuestión que acusa nuestra reflexión interna: nuestro juicio intenta discernir sobre la “verdad” de aquella alteridad que se examina con atención. En este sentido, toda actividad comprensiva busca establecer un diálogo con la “otredad” que se examina en la lectura, en la reflexión individual, o incluso en el mantenimiento de un diálogo real con otro individuo. Esta concepción de comprensión como comprehensión-dialógica, ha sido un fundamento central en filosofías como la Hermenéutica filosófica de Hans Georg Gadamer, o incluso en la dialéctica Platónica. Pero al sopesar la noción de lo cotidiano, podría preguntarse ¿es posible pensar la “verdad” o lo “auténtico” en la experiencia cotidiana y rutinaria? Cuanto esta se caracteriza muchas veces por su “nulidad”, marginalidad, y fugacidad en el tránsito del día.
En una primera aproximación, lo cotidiano es lo que somos en primer lugar y lo más a menudo. En el trabajo, en el ocio, en la calle, en lo privado de la existencia. (…) En este estado, consideramos lo cotidiano como algo sin verdad propia. (Blanchot, 1970, p.385).
A diferencia del hecho histórico que se examina, o el concepto filosófico que se desarrolla, la cotidianidad y la experiencia de la vida rutinaria resulta distinta en tanto que parece ser una experiencia o realidad que se escapa de la aprehensión intelectual y conceptual. ¿Reflexionar sobre “lo cotidiano”, no es dar palabras a una experiencia que prescinde de ellas para ser? La inmediatez de un acontecimiento y la fugacidad de las experiencias, que parecen no esconder nada detrás de sí, podrían dar cuenta de ello. Para el filósofo Maurice Blanchot, lo interesante y propio de lo cotidiano se encuentra en esta “inasibilidad”. Pensar lo cotidiano es intentar aprehender una realidad que continuamente se escapa y se posterga. Su no-verdad se encuentra en el carácter residual y “nulo” de lo cotidiano, frente a la “verdad” de experiencias “auténticas”, que tienen un impacto en el individuo y/o en la historia. Piénsese en el impacto y relevancia del acontecimiento histórico frente a la gratuidad y fugacidad de la experiencia individual y privada.
Pero quedarse con estos términos dicotómicos sería un error y una caricaturización. No es que “lo cotidiano” es la forma de una experiencia absolutamente vacía, frente a lo “auténtico”, relevante o “extraordinario”. Así como la reflexión puede tener la forma de un diálogo interno, la experiencia rutinaria puede ser —o de hecho es— el lugar de un sopesar interno en relación con los elementos simples que rodean al sujeto. Para la hermenéutica filosófica, el diálogo interno no es el monólogo de un desarrollo ininterrumpido, sino la experiencia de dejarse interpelar y afectar por la “otredad” del elemento que se sopesa e interpreta. Sí, como afirma Blanchot, se pierde lo cotidiano en el momento en el que se lo reflexiona; ésta es una experiencia que pasa del desarrollo a su interrupción, y de su interrupción al desarrollo. Lo cotidiano es la experiencia singular en la que se está, y que se pierde continuamente.
Lo que se encuentra sin buscarse en la diligencia rutinaria, y en la acción minúscula, es la experiencia de una cadena plural de significados y símbolos que se interpretan y nos interpelan. Puede pensarse aquí en la escucha de los murmullos y ruidos de la calle, en la vista de desconocidos al transitar por espacios públicos, o la vista complaciente por una ventana; entre muchas otras experiencias espurias. Para Gadamer (1996): “Nada puede haber que no tenga la capacidad de significar algo para él. Pero todavía hay algo más: nada se reduce al significado que le esté ofreciendo a uno directamente en ese momento” (p.80). La cita de Gadamer permite comprender de mejor forma que esta atención del sujeto a su derredor es la atención a un mundo vuelto simbólico, multívoco, y también potencialmente desconcertante.
La simplicidad de la experiencia diaria es el espacio de esta constante experiencia interpretativa del sujeto con su mundo y entorno circundante. Tal vez, esta “insignificancia” da lugar a la significación misma de esas vivencias. La figura de la anécdota y la rememoración tienen mucho que ofrecer en este punto. La experiencia minúscula que puede vivirse en el espacio público o privado puede “no tener mayor significancia” para el sujeto —atender a un paisaje dado, a la escucha de una conversación ajena o vivir un encontronazo inesperado, etc—, pero una vez se rememora o narra en la anécdota, cobra una realidad distinta y efectivamente significante. Lo espurio adquiere en estas formas de narración una nueva forma de ser más “dicente” y significativa.
De esta forma, la literatura surge como el bastión por excelencia que da cuenta de tales experiencias. De forma muy ingeniosa y lúdica, el ensayo de Blanchot destaca a dos autores particulares: Antón Chejov y Franz Kafka; o en sus palabras: “la profundidad en lo superficial, la tragedia en la nulidad” (Blanchot, 1970, p.387). Dos autores que, desde sus propuestas literarias, se aproximan y transfiguran lo cotidiano para darle una expresión artística. Efectivamente el cuento corto de Chejov puede entenderse como la literaturización de la anécdota, superficial y profunda a la vez. Por otro lado, Kafka es para la historia de la literatura el autor por excelencia de lo absurdo: lo trágico de la nulidad. Pero ¿lo cotidiano podría reducirse a alguno de esos dos polos? Esta pluralidad de acepciones y experiencias multívocas dan cuenta del mundo simbólico en el que vivimos, y que continuamente nos afecta e interpela. Así como el símbolo es interpretable de muchas formas, nuestro paso en el mundo y nuestras vivencias mudan: hacen familiar-cotidiano y enigmático-excepcional un derredor que nunca dejamos de interpretar.
Referencias Bibliográficas:
- Blanchot, M. (1970). El diálogo inconcluso. Monte Ávila Editores.
- Gadamer, H. (1996). Estética y hermenéutica. Neometropolis, Editorial Tecnos, tercera edición.
Ernesto Borges (1999)
Licenciado de Estudios Liberales por la Universidad Metropolitana (UNIMET).
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