Por: Samuel De Sousa
En su libro La Condición Humana, Hannah Arendt explica a profundidad su entendimiento de la Vita Activa, la cual separa de la Vita Contemplativa y divide en tres tipos de actividades humanas: labor, trabajo y acción. La última significa tomar iniciativa, empezar algo nuevo que revele quién es el agente como individuo único y no simplemente qué es.
Cuando se labora o se trabaja, se realiza algo que cualquier otro ser humano podría hacer, y por lo tanto no revela su carácter único; si se ve a un individuo cosechar vegetales entonces se sabe que es un agricultor, pero como es una actividad productiva materialmente hablando, no es posible humanizarlo en su individualidad única. Son actividades de naturaleza mundana y de supervivencia animal. Si un humano exclusivamente labora, trabaja y consume, entonces reduce el valor de su existencia a lo que produce y será medido según la calidad de su producto, sean cosas que se consumen y no perduran en el tiempo (fruto de una labor, como cocinar) o cosas que se usan y son longevas (fruto de un trabajo, como construir casas).
De este modo, Hannah Arendt propone una jerarquía donde el accionar es la actividad superior, aunque esta dependa de la labor para que los seres humanos podamos satisfacer nuestras necesidades biológicas en la esfera privada; y del trabajo para que contemos con un mundo material que nos sirva como plataforma para interactuar y accionar como individuos únicos en la esfera pública.
Sin embargo, cuando se habla de política y libertad desde un punto de vista arendtiano, se pueden dividir las acciones entre iniciativas políticas e iniciativas sociales, y es aquí que Arendt tiene una visión particular y crítica muy fuerte a nuestras sociedades modernas y el entendimiento dominante que tenemos sobre qué es la “política” y qué es lo “social”.
Una acción política tiene como objetivo la libertad; encontrar en esa participación una satisfacción que según Arendt no se puede encontrar de ninguna otra manera, y lo explica así en su libro Sobre la Revolución cuando hace referencia a la revolución estadounidense y cómo el espacio público se estructuró en cierto momento con asambleas locales para todos los ciudadanos, independientemente de la realización de convenciones a donde asistían sus representantes.
“Las personas asistían a las asambleas locales, así como sus representantes luego se dirigían a las famosas Convenciones, no por deber ni mucho menos para servir a sus propios intereses, sino sobre todo porque disfrutaban de las discusiones, las deliberaciones y la toma de decisiones. Lo que los unía era 'el mundo y el interés público por la libertad' (Harrington), y lo que los movía era 'la pasión por la discusión' la cual John Adams consideraba 'la más esencial y notable' que cualquier otra facultad humana”[1]
En cambio, una acción social tiene un fin material, relacionado con la distribución o producción de riqueza: el consumo, labor o trabajo. Busca modificar de una manera u otra el mundo de las cosas. Un ejemplo sería participar en una protesta por el aumento del salario mínimo, para que bajen los impuestos, o incluso votar por un partido político sin importar la ideología. Ya que para Arendt nadie puede representar a nadie más que a sí mismo, tomando en cuenta su creencia central de que todas las personas son únicas y por lo tanto un partido “político” sólo puede representar el interés económico de una clase social o de cualquier otro colectivo de individuos únicos que simplemente tienen un interés en común.
En este sentido, Arendt es antimarxista, ya que el marxismo es una doctrina profundamente materialista que elevó a la labor y al trabajo por encima de la acción, y junto con otras doctrinas materialistas como el liberalismo, causó que la cultura política de nuestras sociedades modernas estuvieran centradas en lo social. En este sentido, lo social ha invadido lo político. La esfera privada de la labor, el trabajo, ocio y consumo ha invadido la esfera pública que debería estar destinada a lo político y en consecuencia a nuestra libertad. Los gobiernos representativos nos han “liberado del peso” de tener que participar activamente en la política, y con ese tiempo libre lo que hacemos es producir más, consumir más, o simplemente tener más tiempo de ocio.
“Esto, sin duda, era equivalente a promover la industria privada y la laboriosidad, pero los ciudadanos no podían ver en esta política nada más que el intento de privarlos del tiempo necesario para participar en los asuntos comunes. Son las obvias ventajas a corto plazo de la tiranía, las ventajas de la estabilidad, la seguridad y la productividad, con las que uno debe tener cuidado, porque crean el camino hacia una inevitable pérdida de poder, aunque el desastre real pueda ocurrir en un futuro relativamente distante"[2]
Habría que acotar que Hannah Arendt nunca argumenta que lo social sea irrelevante, esto dado que lo social abarca asuntos esenciales para que todos tengamos la posibilidad de accionar y ser libres, como lo son la satisfacción de nuestras necesidades biológicas y materiales. Lo que Arendt critica es que lo social está siendo sobrevalorado, hasta el punto que se nos olvida para qué comemos y para qué trabajamos. Trabajamos para después accionar y ser libres, no para volver a comer y volver a trabajar más. No somos máquinas, ni somos como los animales.
Así, Arendt no considera que las democracias liberales modernas nos permiten ser realmente libres políticamente hablando. Reducir la participación política a un voto, incluso si este fuera muy frecuente, deriva en que un grupo diminuto de representantes monopolice el reducido espacio público. Arendt defiende una democracia directa, donde el espacio público se institucionalice de tal forma que nos permita asistir físicamente a espacios políticos locales, donde interactuemos en nuestra pluralidad y podamos distinguirnos, sobresalir y finalmente ser libres, al estilo del Ágora de la Grecia Antigua.
Sin embargo, el único ejemplo histórico moderno donde los consejos de ciudadanos fueron la forma de gobierno implementada —y no simplemente espacios públicos transitorios hacia un gobierno centralizado y constitucional— fue la revolución húngara de 1956. Esta es mencionada por Arendt en su obra Sobre La Revolución y en cierto modo demuestra que es posible, pero estos consejos duraron muy poco tiempo debido a una invasión soviética, por lo que no podemos saber si los consejos como forma de gobierno eran sostenibles.
Entonces, si la implementación de consejos de ciudadanos locales es bastante improbable y podría ser además insostenible, ya que estos no brindan los beneficios sociales de un gobierno representativo, ¿Existe alguna otra alternativa política?, ¿acaso se parecen los consejos comunales en Venezuela bajo al concepto de democracia semidirecta de jure, a una democracia más arendtiana que las democracias liberales?. En teoría sí, pero en la práctica sucedió lo que ha sucedido en todas las revoluciones modernas a excepción de la húngara: lo social invadió lo político.
Se podría decir desde una perspectiva arendtiana que la revolución chavista popular no empieza exclusivamente como una revolución social sino también una revolución política que buscaba sustituir la democracia liberal indirecta por una participativa semidirecta, en donde no solo habrían elecciones más frecuentes sino que nacería la figura de los consejos comunales como entes políticos de participación directa ciudadana. Estos claramente se desvirtuaron en algún momento, o tal vez desde el comienzo nacieron sólo como extensiones del gobierno central representativo y no como un contrapoder a estos representantes que, según Arendt, nos roban la libertad independientemente de sus ideologías socioeconómicas.
Además, los consejos comunales, especialmente desde que empezó la crisis económica venezolana alrededor del 2013, empezaron a cumplir roles meramente económicos para aliviar la caída del poder adquisitivo del ciudadano común o la ausencia del gobierno central en cuanto a servicios públicos, como por ejemplo las entregas de cajas de comida CLAP.
Cuando Arendt habla de lo social como enemigo de lo político también incluye a los partidos políticos, por lo tanto, es esencial que la naturaleza de los consejos comunales sea apartidista y no tenga una ideología que encaje en el espectro (a)político simplista de izquierdas-derechas. Si esto sucede, los consejos se pueden llegar a prestar como ramificaciones propagandísticas de asuntos sociales y en consecuencia no servir en su objetivo político de justamente crear un espacio donde lo político pueda ser resucitado en nuestras sociedades.[3]
Una pregunta frecuente que surge cuando se trata este tema es: “¿pero de qué se puede hablar sino es de partidos políticos o de nuestra realidad socioeconómica?”, e incluso uno se podría preguntar al estudiar Hannah Arendt ¿de qué le serviría a alguien representarse políticamente si no tiene su interés económico o social en mente?. Es realmente fácil olvidarse completamente de lo feliz y libre que uno se siente cuando se reúne con compañeros de la universidad simplemente para intercambiar opiniones, persuadirnos, mostrarnos mutuamente quienes somos y sobresalir. Lo frustrante de esas conversaciones es que no son rutinarias, y no están institucionalizadas de tal forma que nos permitan ejercer esa libertad con la presencia de todos los miembros de la comunidad que anhelen también ser libres.
[3] Abbott, J. and McCarthy, M. (2019). Grassroots Participation in Defense of Dictatorship: Venezuela’s Communal Councils and the Future of Participatory Democracy in Latin America. Retrieved May 25h, 2020, from https://www.vanderbilt.edu/lapop/news/070119-venezuela-fletcherforum.pdf
[2] Arendt, H. (1977). On Revolution. Pg 222. New York City, New York: Penguin Classics. Traducido por Samuel De Sousa.
[1] Arendt, H. (1977). On Revolution. Pg 119. New York City, New York: Penguin Classics. Traducido por Samuel De Sousa.
Samuel de Sousa (2000)
Estudiante de Artes Liberales en la Universidad de Bennington, Estados Unidos.
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