Por: Giann Di Giuseppe
La literatura no responde a la muerte, nunca lo ha hecho. El juego constante que sugiere el nombrar con lo que ya no es no constituye la lógica interna de la literatura y su fuerza creadora. Se sigue insistiendo en que, tanto en la lengua como en las artes, todo se produce a un nivel de mímesis con aquello que referencia: en el libro las palabras hablan de una realidad, que se asemeja o mimetiza un mundo real. En este círculo vicioso de la mímesis no se llega a nada, solo a confirmar lo que ya se sabe: la literatura se coagula.
A Miguel de Unamuno le gusta burlarse de cualquier forma de literatura que cumpla con esas características: al realismo literario lo tacha de ser el mecanismo de “maniquíes vestidos, que se mueven por cuerda y que llevan en el pecho un fonógrafo que repite las frases que su Maese Pedro recogió por calles y plazuelas y cafés y apuntó en su cartera.” (Unamuno, 1920, p. 31). Así cuando, por ejemplo, Flaubert describe una escena donde Madame Bovary se encuentra en un comedor, y comienza a nombrar cada detalle del escenario, desde la luz que se refracta sobre las copas y la calidad de la plata de los cubiertos, el mundo del libro hace mímesis con nuestro mundo, “cosa puramente externa, aparencial, cortical y anecdótica” (Unamuno, 1920, p. 31). Pero, desde luego, todo eso cae cuando Flaubert deviene Bovary.
Cabe preguntarse rápidamente sobre la función de la mímesis en la literatura, a modo de entender lo que ocurre. La mímesis trabaja dentro de una dualidad que siempre está representada: A imita a B. De esta forma se generan unas pseudo-singularidades que funcionan bajo la ley de identidad y, cuando imitan, no se pierden y más bien se les añaden nuevos atributos: A es un hombre y B es un perro; A camina en cuatro patas, imita al perro. En esa conjugación que ocurre al nivel de los atributos específicos de las partes se mantiene la línea divisoria de la diferencia específica de cada uno y se le van atribuyendo características de cada una de las partes para realizar el acto de imitar. ¿Cómo funciona en el arte? Ya Aristóteles afirmaba que el arte es la capacidad de imitar un conjunto de partes de la realidad: “La epopeya y la poesía trágica y además la comedia y la poesía ditirámbica y en gran medida la aulética y la citarística, todas ellas vienen a ser, en conjunto, imitaciones” (Poética, 1447a). El actor trágico imita a un héroe, mientras que el escenario parece imitar a un conjunto de cosas extraídas de otro mundo. Pero, a pesar de que se multipliquen las cosas que se imitan, siempre se mantienen en una dualidad que aprisiona cualquier tipo de actividad creadora.
Lo que impide en última instancia al mimetismo el poder creativo es su obsesión por los dualismos. Siempre A debe imitar a B o a C. El actor libre debe imitar a un pobre cuando realiza una película sobre Los Miserables. A se copia de B. Y, como se comenta arriba, no importa cuántas cosas se imiten, siempre permanece el dualismo. Entonces Unamuno se da cuenta de ello y responde: “En un poema, en una creación, la realidad no es la del que llaman los críticos realismo.” (Unamuno, 1920, p. 31). En un acto de creación se escapa toda forma de dualidad imitadora de la realidad, así sea una imitación fantástica. El crear supone un esquive del dualismo, una nueva forma de relacionarse con las cosas: no es que A imite a B, sino que A deviene B. No es lo que se encuentra en los extremos sino lo que nace en el medio.
“Devenir nunca es imitar, ni hacer como, ni adaptarse a un modelo, ya sea el de la justicia o el de la verdad. Nunca hay un término del que se parta, ni al que se llegue o deba llegarse. Ni tampoco dos términos que se intercambien. La pregunta “¿qué es de tu vida?” es particularmente estúpida, puesto que a medida que alguien deviene, aquello en lo que deviene cambia tanto como él. Los devenires no son fenómenos de imitación ni de asimilación, son fenómenos de doble captura, de evolución no paralela, de bodas entre dos reinos. Y las bodas siempre son contra natura. Las bodas es lo contrario de una pareja. Se acabaron las máquinas binarias: pregunta-respuesta, masculino-femenino, hombre-animal, etc.” (Deleuze & Parnet, 1977, p. 6).
Cuando se deviene no se imita, se resuenan las intensidades. La abeja y la orquídea: no se copian mutuamente, pero hay un devenir-orquídea en la abeja y un devenir-abeja en la orquídea. Así ocurre también en la literatura: se deviene-mujer, niño, se deviene-Quijote o Augusto Pérez. No es una cuestión de la muerte, nunca lo ha sido, la literatura es una cuestión de devenir, de encontrarse en medio de algo; en una palabra, la vida. “Los devenires, es lo más imperceptible, son actos que sólo pueden estar contenidos en una vida y que sólo pueden ser expresados en un estilo” (Deleuze & Parnet, 1977, p. 7). El autor que escribe no imita a la realidad, deviene con ella. Cuando Lawrence escribe a Lady Chatterley deviene mujer con ella; cuando Melville escribe a la gran ballena él deviene con ella. “La escritura es inseparable del devenir; escribiendo, se deviene–mujer, se deviene–animal o vegetal, se deviene–molécula hasta devenir–imperceptible.” (Deleuze, 1993, p. 5). Igualmente Unamuno escribe que “cuando mi Augusto Pérez gemía delante de mí —dentro de mí más bien—: ‘Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir...’, sentía yo morirme.” (Unamuno, 1920, p. 20). El escritor deviene con la literatura, hasta llegar a ser imperceptible.
“Igual ocurre con el libro y el mundo: el libro no es una imagen del mundo, según una creencia muy arraigada. Hace rizoma con el mundo, hay una evolución aparalela del libro y del mundo, el libro asegura la desterritorialización del mundo, pero el mundo efectúa una reterritorialización del libro, que a su vez se desterritorializa en sí mismo en el mundo, (si puede y es capaz). El mimetismo es un mal concepto, producto de una lógica binaria, para explicar fenómenos que tienen otra naturaleza. Ni el cocodrilo reproduce el tronco de un árbol, ni el camaleón reproduce los colores del entorno. La Pantera Rosa no imita nada, no reproduce nada, pinta el mundo de su color, rosa sobre rosa, ese es su devenir-mundo para devenir imperceptible, asignificante, trazar su ruptura, su propia línea de fuga, llevar hasta el final su ‘evolución aparalela’." (Deleuze & Guattari, 1980, p. 16).
Devenir es un acto vital que no se confunde con la imitación, no se confunde con la mímesis. Cuando se escribe se deviene, cuando se canta se deviene. La mímesis solo funciona dentro de un aparato que captura cualquier forma de fuga y lo encierra en una dualidad: eres A o eres B. Mientras que el devenir es una síntesis disyuntiva ilimitada e inclusiva: “Una disyunción que permanece disyuntiva y que, sin embargo, afirma los términos disjuntos, los afirma a través de toda su distancia [...]. El esquizofrénico no es hombre y mujer: es hombre o mujer, pero precisamente es de los dos lados” (Deleuze & Guattari, 1972, p. 82).
Siguiendo a Unamuno: se es en la literatura. Pero ese ser no es igual a una identificación sino a su propia singularidad como verbo en infinitivo: ser el verbo, escapar del presente; ser al mismo tiempo, devenir. Su Augusto Pérez se encuentra en medio, y sus nivolas no quieren representar o imitar, sino devenir. Todo ocurre en la propia vida, en el proceso vital del devenir; el encontrarse en medio de algo, de vibrar como algo. No se imita a nada, no se copia a nada, se vive. La literatura y la vida se conjugan en el poder del devenir. Augusto Pérez vive, quiere vivir, vive en medio.
Referencias
Aristóteles (2004). Poética. Alianza Editorial.
Deleuze (1993). Crítica y Clínica. Anagrama
Deleuze, G., Guattari, F. (1972). Anti-Edipo. Barral Editores.
Deleuze, G., Guattari, F. (1980). Mil Mesetas. Pre-Textos.
Deleuze, G., Parnet, C. (1977). Diálogos. Pre-Textos.
Unamuno, M. (1920). Tres Novelas Ejemplares y un Prólogo. Alianza Editorial.
Giann Di Giuseppe
Licenciado en Estudios Liberales en la Universidad Metropolitana (UNIMET).
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