Verdad y postmodernidad: una reivindicación de la correspondencia
- caracas crítica
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El período de la postmodernidad ha estado caracterizado filosóficamente por haber enfocado la discusión principal en la elucidación de conceptos y por aproximarse a estos problemas desde el lenguaje. La inquietud por el saber se transformó en la inquietud por cómo es posible expresar el conocimiento y cómo la forma en la que se expresa parece afectar a su calidad, su veracidad y a su validez. En ese sentido, la verdad ocupa aún un papel importante en las teorías y sistemas filosóficos de múltiples pensadores, pero en muchos casos ya no con el valor que tradicionalmente se le atribuía, es decir, no como fundamento universal y edificante del conocimiento, sino como una propiedad de los enunciados dentro de un discurso.
Las teorías de la verdad en este período han abandonado la pretensión de dar respuesta al problema del significado a través de la correspondencia con la realidad o de algún principio trascendente, dado que si se acepta que el significado de las palabras depende del uso y este último depende del discurso en el que se enmarque, el discurso ya no se presenta como una herramienta para acercarse a la realidad o para describir cómo esta afecta al hombre, sino como una herramienta para afectar la realidad misma. La verdad para la postmodernidad es entonces una noción que depende del contexto en el que se la estudie o conciba, por lo que su definición en términos lógico-matemáticos o en términos físico-naturales, no será proporcional a su definición desde las ciencias sociales y humanas o desde la práctica política.
Luego, la legitimación de la verdad de un discurso dependiendo del pensador postmoderno vendrá dado por distintas vías. Para Michel Foucault en la entrevista Verdad y Poder realizada por M. Fontana y traducida en Estrategias de poder. Obras esenciales II (1999), por ejemplo, la verdad no puede ser concebida sin el poder. Está dada gracias a imposiciones de autoridad aceptadas, y el valor de verdad o su verificabilidad depende del papel político-económico que esta juega. En esta instancia, la verdad no es entendida como una creencia verdadera, sino como las reglas según las cuales se genera el juicio de que algo es verdadero o falso, tomando en cuenta por quién han sido instituidas esas reglas.
Jean-François Lyotard en La condición postmoderna (1986) y en La Diferencia (1988), por otro lado, considera que la verdad o al menos la verdad científica no es más que una opinión, que en tanto se hace parte de un discurso, es decir, que pueda ser comunicada, puede ser ampliamente compartida. En ese sentido el valor de verdad viene dado principalmente por el consenso o por su aceptabilidad, que es como Lyotard entiende las relaciones de validez y verificación en la ciencia. Los discursos en este caso poseen una función de autolegitimarse según la relación entre el que profesa el discurso, el contenido mismo de dicho discurso y cómo este se sostenga frente a las otras partes.
Otro pensador que directamente se considera a sí mismo un pragmatista y a su teoría de la verdad una teoría antirrepresentacionalista es Richard Rorty. En Objetividad, relativismo y verdad (1996), Rorty caracteriza esta postura como «una explicación según la cual el conocimiento no consiste en la aprehensión de la verdadera realidad, sino en la forma de adquirir hábitos para hacer frente a la realidad» (p. 15), esto pues considera que es inútil intentar dar cuenta de «la determinación de la realidad» mientras no se tenga una prueba de la exactitud de la representación y mientras esto sea independiente a la praxis, por lo que las creencias podrán ser verdaderas o falsas, pero si se entienden estos predicados siguiendo la tradición, no representan nada como una entidad externa. Para Rorty, la verdad es entonces un «término recomendatorio de las creencias justificadas» (p. 42), pues su teoría está enfocada en una verdad factual, la cual la reduce a la utilidad con consecuencias prácticas y éticas, siendo la consecuencia esperada el mayor consenso posible entre los discursos culturales y entre sus comunidades portadoras.
Gianni Vattimo, por su parte, no comparte una postura pragmatista, sino nihilista y hermenéutica. En El pensamiento débil (1988) afirma que «lo verdadero no posee una naturaleza metafísica o lógica, sino retórica.» (p. 38), por lo que es interpretativa, no porque a través de la interpretación se consiga descifrar una verdad fija, sino porque a través de ella se construye dicha verdad y a través de la retórica se amplía su aceptabilidad.
Todos estos pensadores, aunque sus teorías sean distintas entre sí, mantienen en común precisamente la primacía del discurso, cosa que los ha hecho blanco de críticas, principalmente provenientes de teóricos realistas o representacionalistas, que los acusan de relativismo e irracionalismo. Sin embargo, algunos de ellos como Rorty, afirman que la crítica no es válida y niegan ser relativistas.

Ahora bien, antes de intentar dar cuenta del fundamento de estas críticas será menester evaluar las consecuencias y cuestiones generales que suscitan estas teorías. En primer lugar, abandonar la fundamentación metafísica o teorética de la verdad supone dejar al hombre sin presupuestos, en tanto respuestas factibles respecto a un mundo que si se acepta es de determinada manera. Si se tiene la capacidad de decir del mundo que es, entonces podría aceptarse que es observable y que existen unas posibilidades que corresponden ya que se siguen de ciertas relaciones establecidas y conocidas. Mientras que si se pierde la verdad, se pierde el orden, pues nada garantiza la recurrencia. Al negar la verdad teorética se pierde el mundo, pues se niega la capacidad de decir cuál es ese mundo y de compartirlo.
Desde ese punto de vista, otra de las consecuencias de entender la verdad como la postverdad, es directamente la imposibilidad de obtener un criterio universal y necesario de verificabilidad, lo que deviene entonces en la imposibilidad de las ciencias, o al menos de las verdades teóricas y matemáticas, las cuales necesitan de una fundamentación a priori para ser demostradas en cuanto tal.
De esta manera surgen algunas cuestiones que es importante tener en cuenta, como: si se acepta que la verdad es una propiedad o característica del discurso, útil a este porque tiene un valor de convencimiento, que si la manipulo me permite obtener mayor aceptabilidad, entonces ¿de dónde viene ese valor para el convencimiento?, ¿cómo se le asigna a las proposiciones, juicios o enunciados ese valor de verdad? Y en ese sentido, ¿por qué la verdad tiene este valor de convencimiento si es cierto que cada quien puede enunciar una verdad distinta enmarcada en su propio discurso? ¿Qué permite la comunicabilidad y en última instancia el consenso o las interpretaciones compartidas entre partes de un discurso?
Esto teniendo en cuenta que, incluso en el caso en el que existiese un terreno común de los teóricos postmodernos en el que esta apertura al consenso se diera, este sería un terreno común hipotético, y aunque estas verdades se compartan y generen consenso, sería ingenuo pensar que sería tan amplio como para reconciliar todos estos universos culturales en el caso del ámbito social. O ¿no puede haber en ese terreno común una verdad que sea más convincente que todas las otras? ¿No hace esto que dicha verdad sea válida en mayor medida y que por lo tanto genere una relación de falsedad de las demás con respecto a ella? Y en el caso de quienes pensaron la verdad en las ciencias como relacionada con el poder y la autoridad por un lado, y como opinión ampliamente compartida, ¿cómo es que la verdad genera el compromiso con la autoridad? Nuevamente, ¿cuál es el valor de verdad y cómo se mide o rastrea su origen?
Porque si al final el criterio de verdad se reduce a la capacidad retórica, entonces la verdad en sí misma carece de valor y depende de las habilidades de convencimiento de quien profese el discurso. La verdad ya no solo se enfrenta a la objeción de que es relativa, sino que ahora resulta irrelevante, sea cual sea. Si por el contrario, el criterio no se reduce a la capacidad retórica sino que se afirma que es algo propio de la verdad misma, entonces queda claro que existe una relación de correspondencia en el cómo se considera que algo es valioso y que no es simplemente una ilusión comunicativa.
A este punto quizá podría argumentarse que las consecuencias o dificultades que se presentan a la postverdad provienen de una confusión de dimensiones, en el caso de estar confundiendo la verdad factual del ámbito histórico-social con la verdad racional o formal de las ciencias. Así como también podría decirse que esa consideración infundada es la que lleva inevitablemente a entender estas teorías como teorías que relativizan la verdad, pues desde una noción de correspondencia se le está exigiendo algo a estas múltiples definiciones de verdad que ninguna de ellas pretende cumplir.
Sin embargo, la propia afirmación de que la verdad será diferente según el marco en el que se la conciba para su estudio es una afirmación relativista, supuesto del que parten los teóricos postmodernos en su mayoría, y que a efectos de este artículo solo ha servido de referencia. Supuesto que además es bastante problemático y se anula por sí mismo, pues si todas las verdades son relativas y no existe una universal, entonces que todas las verdades son relativas es a su vez una verdad relativa, que se puede afirmar o negar y por lo que ahora mismo se podría negar.
Ahora bien, respecto al supuesto de utilidad de la verdad, si se admite entonces que algo funciona, es porque necesariamente algo sustenta su funcionamiento, un sustrato que garantice que lo que funciona ahora seguirá funcionando en adelante. Y este es uno de los problemas principales de las teorías antirrepresentacionalistas, pues no solo niegan la correspondencia de ese sustrato en la realidad, sino que exista alguno.
Luego, ¿qué se define entonces como utilidad? Si se entiende que es aquello que beneficia a la mayoría, ¿cuál es la mayoría designada y cuál es el tratamiento que se le da a toda verdad que escape a esa utilidad mayor? ¿Se le trata como inexistente, como falsa, como carente de valor? ¿O cómo es posible que todas se establezcan igual de válidas? Como puede inferirse, este discurso de la utilidad puede comportar además un discurso sumamente discriminatorio, lejos de lo que Rorty pretendía con su proyecto de conciliación. En cualquier caso, si se admite que la verdad es relativa y que no existen verdades correspondientes a entidades externas, es un hecho que nadie se comporta como si la verdad fuese relativa, pues tanto en la comunicación, en el lenguaje y en la práctica, la presunción principal es que existen verdades y falsedades determinadas, muchas de las cuales son verdades universales. Todo parece indicar que se trata de un discurso que niega ser relativista pero que no consigue escapar de sí mismo para no serlo. Y se rechaza el relativismo porque inevitablemente lleva a tener que admitir que no existe verdad, que no existe mundo, existe como mucho nuestro mundo o el mundo de cada quien, pero un mundo compartido por todos en el que exista la posibilidad de convenir desaparece.
Debe existir entonces una definición mínima de la verdad que sirva de principio para considerarla universalmente, pues incluso en el ámbito histórico-social la verdad debe ser consistente no solo con algún cuerpo teórico, sino que además debe observar cierta coherencia con la realidad a la que ella misma contribuye a construir y con el sistema de creencias de cada comunidad que es determinado en la realidad cultural e históricamente.
Si la filosofía es elucidación de conceptos, pero además en cuanto tal, es búsqueda de la verdad, de los primeros principios, entonces siguiendo a Nagel, quizá valga la pena «intentar saltar fuera de nuestra mente» (Nagel, 1986, p. 9), un esfuerzo que se considera filosóficamente fundamental. Aristóteles tenía razón cuando señalaba que «el fin de la ciencia teorética es la verdad, mientras que el de la práctica es la obra.» (Aristóteles, 1994 p. 122), y manteniendo la línea de lo discursivo, que se dice de las cosas aquello a lo que se está habituados, por lo que parece más sensato mantener una noción de verdad que permita decir y creer del mundo que es un mundo real y compartido, al menos perceptiblemente, que una noción que arrebata la facticidad y causa perderse en el universo del lenguaje.
Referencias
Aristóteles. (1994). Metafísica (Tomás Calvo Martínez, trad.). Gredos. Foucault, M. (1999). Estrategias de poder. Obras esenciales II (Fernando Álvarez Uria y Julia Varela, trad.). Paidós.
Lyotard, J. F. (1986). La condición postmoderna (Mariano Antolín Rato, trad.). Ediciones Cátedra.
---------------- (1988). La diferencia (Alberto L. Bixio, trad.). Gedisa.
Rorty, R. (1996). Objetividad, relativismo y verdad. Paidós.
Vattimo, G. (1988). El pensamiento débil (Luis de Santiago, trad.). Cátedra. -------------- (1995). Más allá de la interpretación. Paidós.
Singer, P. (1995). El relativismo. En Compendio de ética. Alianza.

Estudiante del octavo semestre de Filosofía y del primer semestre de Educación en la Universidad Central de Venezuela. Becaria del Programa de Excelencia de la Asociación Venezolano Americana de la amistad y coordinadora general del proyecto de voluntariado institucional "Alegrame la vida" orientado a la recreación y educación de niños de comunidades vulnerables de Caracas. Ha participado como estudiante investigadora en el desarrollo del proyecto "Filosofía para niños, niñas, adolescentes y adultos no iniciados: estrategias para acercar la filosofía a las personas" como parte del grupo de investigación de Filosofía para niños UCV, y como ponente auxiliar en la Semana de la filosofía.
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