Por: María Fernanda Rincón Rangel
…el recuerdo real debe suministrar al mismo tiempo
una imagen de ese que recuerda,
como un buen informe arqueológico no indica tan sólo
aquellas capas de las que proceden los objetos hallados,
sino, sobre todo,
aquellas capas que antes fue preciso atravesar.[1]
“Excavar y recordar”. Walter Benjamin
Estamos habitados por recuerdos. Hay que desenterrar(nos) para hallar la memoria como conjunto. Hay que desentrañar el tiempo que ya fue. Ese al que le damos forma de acuerdo con la necesidad, con lo imprevisto que cala hondo también. Son segundos y horas robadas las que constituyen la memoria, entendiéndola como la reunión de lo que fuimos (o de lo que quisimos, creímos, haber sido). Accedemos a ella gracias al recuerdo, a porciones, a esquirlas dentro del pozo.
Por ello es válido preguntarse si somos recuerdos condenados a perderse, como los papeles de un archivo, que dejan marcas de humedad, orillas húmedas que no terminan de disimularse. Y es precisamente la memoria uno de los temas recurrentes en la literatura y el cine. Lenguaje verbal, lenguaje visual, ambos aproximaciones distintas a lo que implica ser humano, en eterna búsqueda. Entre las obras literarias que abordan la memoria se encuentran El altar de los muertos y Maud-Evelyn, de Henry James.
En El altar de los muertos, para el personaje de Stramson recordar a su prometida muerta, Mary Antrim, lo conduce a crear un altar fuera de sí mismo, a exteriorizar la honra al recuerdo de ella mediante el fulgor de velas, con centellas que se vuelven montaña a medida que tiene presente a más amigos y familiares, dejando de lado, de manera consciente, a solo una. Ese “a propósito”, ese olvido intencionado de su amiga Acton Hague, da a entender que es a quien lleva más consigo mismo.
Lo cual recuerda a Jorge Luis Borges cuando en “La memoria de Shakespeare” su protagonista piensa que “a medida que transcurren los años, todo hombre está obligado a sobrellevar la creciente carga de su memoria” (citado en Revista Iberoamericana 485). La memoria como carga, como obligación, la llevamos a cuestas. El personaje de Stramson llevaba a cuestas a sus muertos. Eso le satisfacía. Parecía ser su aliciente para seguir cada mañana. Cuando Stramson perdona a Acton, cuando cumple con el deseo de la devota de incluirlo en su altar, justo él muere en el hombro de su amiga. Tal vez la carga se había hecho tan pesada que al soltarla no le quedaba nada.
La idea de carga a su vez nos lleva al famoso Jacob Marley, el fantasma de Canción de Navidad de Charles Dickens, que debe arrastrar la cadena de su avaricia durante toda la eternidad. Él está condenado por sus errores, aunque quizá sería más correcto decir que su condena radica en recordar sus errores, los momentos en los que las ganas de enriquecerse hurtaron su bondad. Jacob se halló encadenado a sus recuerdos. Por otro lado, el padre del príncipe Hamlet, le pide a su hijo venganza y que lo recuerde. El peso de la venganza en Hamlet, del recuerdo presente en cada paso, lo lleva a la locura al final.
Ahora bien, la carga se puede aliviar al ser compartida, cuando la añoranza se vuelve tal que deleita con su candor omnipresente, como es el caso de Marmaduke en Maud-Evelyn, cuyo aprecio crece hacia la desconocida hija de los Dedrick. Los señores Dedrick tienen su casa poblada de la fallecida Maud-Evelyn, cada rincón, cada silencio, recuerda a ella, y estos se adhieren poco a poco con su intensidad a la memoria de Marmaduke.
La emoción en los ojos de Marmaduke cuando le cuenta a su prometida Lavinia lo hermosa que es Maud-Evelyn salpica ideas sobre una nueva verdad. Una verdad que se construía bajo la superficie. La presencia muda de la joven muerta se tornó su verdad. Como si su vida antes de ella no hubiese existido. Como la centella de un amante devoto, tímido, que no termina de acercarse a la llama al principio y luego explota al no contenerse más.
Gabriel García Márquez dijo sabiamente en su libro Vivir para contarla que “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla” (7). “Memoria” viene del latín memorare, recordar, almacenar en la mente. “Recordar”, del latín ricordari. Re-cordis, volver a pasar por el corazón. Recordar es viajar hacia adentro. Es un ir y venir dentro, en el que uno se puede perder. En los estantes de la memoria siempre está la pérdida. Pérdida de lo que no se tuvo, de lo que se sigue anhelando. La pérdida por la ausencia de fragmentos vividos, que no terminan de ser invocados en el intento de re-vivir lo que fue, cómo fue, y que pueden desembocar en locura.
El recuerdo es necesidad del retorno. Hacer presente. Hacer verdad. Si recordamos significa que pasó. Es el mayor testimonio. Significa que lo vivido llegó tan adentro que no se puede despegar de las vértebras y nadie puede quitarnos eso. En Maud-Evelyn los Dedrick tenían el recuerdo de su hija adherido a cada paso, a cada mirada. Ella no dejó de estar presente, porque la tenían presente, siempre. Maud-Evelyn había muerto, eso era verdad; que ella creciera gracias al afecto, eso también era verdad.
Recordar es viajar hacia adentro. Es un ir y venir dentro, en el que uno se puede perder. En los estantes de la memoria siempre está la pérdida. Pérdida de lo que no se tuvo, de lo que se sigue anhelando. La pérdida por la ausencia de fragmentos vividos, que no terminan de ser invocados en el intento de re-vivir lo que fue, cómo fue, y que pueden desembocar en locura.
Si bien no podemos momificar los recuerdos –se dinamizan apenas quieres sacarlos de su espacio original-, la sensación de veracidad no abandona. No sabemos cómo Acton Hague ofendió exactamente a su amigo, Stramson sólo nos deja atisbar la sensación que esto le dejó. Pero ambos casos nos permiten la sospecha de que los recuerdos fecundan emociones; son fecundados por emociones y sentimientos a su vez, como continuo uróboros. ¿Una verdad mediada por el sentir la hace menos verdad? Algunos hablan de subjetividad y de objetividad. En el recuerdo ambos se diluyen entre sí.
Según Elisa Lerner “la memoria no guarda todos los botones de su delicado traje”. Si recordamos el recorrido emocional, psicológico, de los mencionados personajes de Henry James, las ondas constantes que desprende la memoria confeccionan un traje que siempre tiene un reverso: somos seres racionales e instintivos, vivimos con esa dualidad. Hay hilos, desperfectos, que sobreviven o que se desarrollan al envejecer.
Stramson no tenía contacto con muchas personas. Los Dedrick igual. El traje de la memoria los hizo entrar en calor cuando debían moverse, aunque hubiesen perdido varios botones.
Hermann Soergel, el protagonista del cuento “La memoria de Shakespeare” dice: “la memoria del hombre no es una suma; es un desorden de posibilidades infinitas”. Somos posibilidades. Trajes con agujeros infinitos. Botones desperdigados en la acera. Desgaste en los bordes. Somos archivos andantes, similares al Libro de los pasajes de Walter Benjamin, repleto de las titánicas anotaciones que hizo para un proyecto incompleto, tan incompleto, como ese recuerdo que dejaremos a media construcción al morir finalmente.
Referencias:
Benjamin, Walter. Libro de los pasajes. Madrid: Ediciones Akal, S.A., 2005.
Dickens, Charles. Canción de Navidad y otros cuentos. Traducción de C. Axenfeld, José C. Vales, Manuel Ortega y Gasset. Barcelona: Ediciones Austral, 2022.
García Márquez, Gabriel. Vivir para contarla. Buenos Aires. Mondadori, 2002.
James, Henry. “El altar de los muertos”. Relatos. Trad. Eduardo Lago. Barcelona: Debolsillo, 2003.
James, Henry. “Maud-Evelyn”. Relatos. Trad. María Luisa Balseiro. Barcelona: Debolsillo, 2003.
Lerner, Elisa. “Conversación casual con Leonardo Ruiz Pineda: un texto de Elisa Lerner”. Prodavinci, 9 dic. 2014. Disponible en: http://prodavinci.com/blogs/conversacion-casual-con-leonardo-ruiz-pineda-por-elisa-lerner/
Revista Iberoamericana, tomo 56, ediciones 150-151. Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana. Austin: Universidad de Texas, 1990.
Shakespeare, William. “Hamlet”. Obra completa II. Tragedias. Barcelona: Debolsillo, 2012.
[1] Benjamin, Walter. “Excavar y recordar”. Imágenes que piensan. Obras, libro IV, vol. I. Madrid: Abada, 2010, p. 350.
María Fernanda Rincón Rangel.
Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela (UCV).
Investigadora, promotora de lectura y Bookstagrammer de Entorno Libros @entorno.libros
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