Por: Giann Di Giuseppe
En la vida de los filósofos que leemos acontecieron momentos que determinaron su forma de pensar. En el caso de Nietzsche, ese momento fue una existencia de dolor y el sufrimiento, sin embargo, esto no fue impedimento para el desarrollo de su poderosa filosofía.
En muchas ocasiones es posible encontrar en las biografías de filósofos momentos singulares que marcaron su vida. Para Rene Descartes fue aquel momento sentado frente a una estufa, entre la vigilia y el sueño, en donde terminó de configurar su pensamiento y su idea del cogito; o el caso de Immanuel Kant, cuando una lectura de David Hume lo despertó de su sueño dogmático. Todos estos acontecimientos representan un antes y un después, una apertura a una nueva forma de pensar y de vivir. Por desgracia, para algunos autores estos momentos dejaron de ser instantes para convertirse en una rutina desgarradora de sufrimiento y dolor, el caso de Friedrich Nietzsche es uno de ellos.
Friedrich Nietzsche (1844-1900) es tal vez el filósofo más influyente de la historia contemporánea. Sus investigaciones en las áreas de la moral, las artes, la sociedad y la psicología significaron un nuevo punto de partida para autores posteriores; su forma de hacer filosofía “a martillazos” demuestra un carácter soberbio y un ímpetu capaz de romper los moldes de la conciencia y develar las verdaderas problemáticas que escapan de los ojos dogmáticos y dormidos. Nietzsche se hacía las preguntas que nadie quería preguntar. Su obra fundamental Así Habló Zaratustra representa una imagen del pensador donde su misión de predicar al superhombre lo transporta a una odisea en la cual el filósofo no descansa ni se rinde al momento de expresar su filosofía. La imagen que se tiene de Nietzsche es de un hombre fuerte, valiente, provocador y loco, o ,por lo menos, así es como se muestra a sus lectores. No obstante, la figura que representa Nietzsche en sus libros, y que hasta cierto punto creía él mismo ser, se ve truncado por una realidad dolorosa y penosa.
Por desgracia, para algunos autores estos momentos dejaron de ser instantes para convertirse en una rutina desgarradora de sufrimiento y dolor, el caso de Friedrich Nietzsche es uno de ellos.
En 1880 el autor de Zaratustra escribe a su médico una carta en donde depicta la decadencia de su salud: “Mi existencia es una carga terrible: la habría arrojado hace tiempo de mí si no hubiera hecho precisamente en ese estado de sufrimiento y de renuncia casi absoluta las pruebas y los experimentos más instructivos en el campo ético-espiritual” (Nietzsche para Otto Einser, enero de 1880) Su carta demuestra la precariedad del estado mental-espiritual que poseía Nietzsche en ese momento que, a pesar de producir, tal como él dice, unas investigaciones y pruebas en el campo de la ética, su condición de arrebato y dolor nunca se alejaron de él.
Más adelante en la carta menciona de forma explícita los síntomas y las consecuencias que producen en su cuerpo:
“Un dolor permanente, una sensación de semiparalisis, muy cercana al mareo, varias horas al día, que me hace difícil hablar y, para variar, violentos ataques (el último me hizo vomitar durante tres días y tras noches, ansie la muerte) ¡Sin poder leer! ¡Escribir muy raramente! ¡Ningún contacto humano! ¡No poder oír música!”(Nietzsche para Otto Einser, enero de 1880)
Leer estas cartas de Nietzsche es una experiencia desgarradora y abismal. La enfermedad le ha arrebatado la posibilidad misma de expresión y contacto con el mundo. Es aún más trágico cuando el hombre que dijo “Sin música, la vida sería un error”(Nietzsche, 1888, p.22) ahora se encuentra privado de ella. La soledad, que siempre lo ha acompañado, se convierte para él en un dolor físico, como si su cuerpo sintiera la falta de contacto humano e hiciera palpable aquel sentimiento de aislamiento. Sus ataques son cada vez más frecuentes y duraderos. A lo largo de su vida sufriría muchos de estos episodios, hasta que, en 1889, su mente por fin colapsa.
La enfermedad que en ese momento padecía Nietzsche fue tal vez el peor, o uno de sus peores tormentos. Lo que empezó como una jaqueca recurrente en su niñez poco a poco se fue transformando en el verdugo que acabaría con su yo a la edad de cincuenta y cinco años. La exposición biográfica de la vida de este pensador ha confundido su condición con una infección de sífilis, sin embargo, se ha investigado la posibilidad de que dicha enfermedad fuese, más bien, una demencia frontotemporal la causa de su locura.
Fue en esos momentos cuando Nietzsche se acercó más a esa figura mesiánica de sus escritos, más a la persona que él mismo creía ser; un plan de inmanencia se desplegaba en cada trazo y en cada lágrima. Su sufrimiento no le impidió regalar placer, uno muy desolador pero constructivo, a sus lectores.
“Orth y Trimble revisaron en el año 2006 los expedientes médicos de Nietzsche y plantearon una demencia frontotemporal. Este diagnóstico se sostiene cuando el paciente presenta un cambio de personalidad o de conducta, con alteraciones del comportamiento (apatía o desinhibición) o del lenguaje (disnomia, laconismo), aun cuando no exista compromiso importante de la memoria.” (M. Miranda, & L. Navarrete, 2007, p.1356)
Lo increíble de este aspecto de la vida de Nietzsche es que, a pesar de su constante sufrimiento, el hombre seguía en pie y listo para trabajar. “Mi consuelo son mis pensamientos y perspectivas” (Nietzsche para Otto Einser, enero de 1880). Los cinco años siguientes escribiría Aurora (1881), La Gaya Ciencia (1882) y Así Habló Zaratustra (1885); tres libros fundamentales y tal vez más representativos del autor. Su fuerte condición no lo abatió en ese momento. Mientras pasaba días en sufrimiento y dolor, esos mismos días escribía los aforismos más estimulantes, poéticos, edificantes y contundentes. En un momento perdía la conciencia, y en el otro anunciaba proféticamente la muerte de Dios. Fue en esos momentos cuando Nietzsche se acercó más a esa figura mesiánica de sus escritos, más a la persona que él mismo creía ser; un plan de inmanencia se desplegaba en cada trazo y en cada lágrima. Su sufrimiento no le impidió regalar placer, uno muy desolador pero constructivo, a sus lectores.
¿Qué demuestra esto? Más que una anécdota o dato biográfico específico, la vida de Nietzsche, su sufrimiento, dolor, locura y al mismo tiempo su lucidez, dicha y gozo, son un recordatorio de que aquellos pensadores, los arquitectos del pensamiento, también fueron hombres. Su condición humana no les prohibió padecer ni reír, al contrario, ellos llevaron sus experiencias al más alto grado de entendimiento; su vida es el reflejo, en el mayor de los casos, de sus reflexiones. Así podemos recordar a Nietzsche, como un hombre cuya carga fue pesada, pero su voluntad poderosa.
Referencias Bibliográficas.
-M. Miranda, & L. Navarrete, 2007, ¿Qué causó la demencia de Friedrich Nietzsche?. Rev Méd Chile. 135: 1355-1357
-F. Nietzsche. (2010) Correspondencia. Madrid, España: Editorial Trotta.
-(1888) El crepúsculo de los Ídolos. Barcelona, España: Edicomunicación.
-R. Safranski (2010) Nietzsche: Una biografía de su pensamiento. Barcelona, España: Tusquets
Giann Di Giuseppe (1999)
Actualmente es estudiante de Estudios Liberales en la Universidad Metropolitana (UNIMET).
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