Por: Vicente Quintero
Desde sus inicios, el teatro ha sido un recurso para representar los fenómenos que los seres humanos perciben en su realidad, más allá del grado de conexión (o bien, desconexión) que el sujeto tenga con ella. Las líneas divisorias entre lo estable, lo psicótico, lo neurótico y lo psicopático se hacen difusas a través de esta disciplina. La naturaleza y la ficción están presentes en el teatro; la verdad y la mentira conviven juntas, retroalimentándose entre sí. Comenzamos a entender mejor el lenguaje del otro y los códigos de su realidad interna a través de la puesta en escena. El teatro no solo es la suma de las personalidades de una sociedad, sino también es su carga histórica y su peso moral.
El término persona, esencial para la construcción de nuestra propia identidad en relación al entorno que nos rodea, proviene del latín. En este orden de ideas, se conocía como persōna (per - a través; sona - sonido) a la “máscara de actor”, el “personaje teatral”, y la “personalidad del actor”. Persona, entonces, significa literalmente máscara. En la Antigua Roma, era la máscara que llevaban los actores en los teatros y ella disponía de una suerte de megáfono que proyectaba sus voces al público. La personalidad es una suerte de máscara y la usamos para hacernos escuchar por el resto de la sociedad.
Los actores comparten un mismo espacio en donde, inevitablemente, se da un proceso de transferencia, el cual es esencial para comprender las relaciones entre humanos, ya sea a nivel vertical u horizontal. Un equipo es la suma de sus partes y lo que pasa en una de estas también tiene influencia sobre el resto. El actor personifica al personaje de una obra de teatro en una relación que no es únicamente lineal. El personaje tiene que ver con el actor y este, al final, también imprime su propia esencia sobre este, de forma consciente o inconsciente.
La relación entre las artes escénicas y la política es tan cercana que es un hecho que el teatro fue uno de los factores que dieron origen a la democracia ateniense. Además, el fin de la democracia ateniense tuvo, como antecedente, el cierre de su teatro principal. Tanto en el principio como en el fin de la democracia de Atenas, ha estado el teatro como elemento transversal.
Si entendemos la política como la actividad humana a través de la cual nos relacionamos los unos con los otros y nos organizamos en sociedad, hay una naturaleza sociopolítica del teatro que trasciende las estrictas fronteras del teatro político, el cual es una categoría particular dentro de la disciplina. Hacer teatro es, de una forma u otra, hacer política y trabajar por la sociedad. No todas las obras políticas son partidistas. Hay política en el teatro (incluso en aquel que no forma parte del género de teatro político), así como también la hay en las asociaciones de vecinos y los gremios.
Si bien el teatro se ha esforzado históricamente por influir en la población, cada vez menos personas asisten a él en diferentes sociedades alrededor del mundo. El teatro necesita reinventarse, tanto en alcance como en naturaleza, para seguir influyendo en la opinión pública y las costumbres de una sociedad. Las metas que se desprendan de este gran objetivo deben, a su vez, proyectar el alcance de sus acciones según los segmentos de cada grupo de la población, según sus características.
Hay una naturaleza sociopolítica del teatro que trasciende las estrictas fronteras del teatro político
La industria cultural no se resume en los medios de comunicación y las producciones de Hollywood, sino que se extiende mucho más allá. Si bien es cierto que los medios de comunicación y las redes sociales son las principales herramientas que tenemos para influir en una sociedad y hacer llegar nuestros mensajes, estas no son las únicas herramientas para ello. El teatro sigue siendo una de las principales, sobre todo cuando se trata de modificar paradigmas y visiones de la realidad muy arraigadas con el paso del tiempo.
El teatro en Venezuela, que ha tenido grandes referentes como José Ignacio Cabrujas, Uslar Pietri, Isaac Chocrón, Ricardo Acosta, Johnny Gavlovski y Elio Palencia, solo por citar algunos nombres, necesita una reconfiguración para llegarle a más personas y aprovechar más su potencial como herramienta forjadora de la cultura y el saber. La infraestructura para hacer teatro en las principales ciudades venezolanas, como Caracas, no es lo suficientemente aprovechada. Las salas de cine, ubicadas en los principales centros comerciales, opacan a los recintos teatrales. Estos siguen teniendo su público, pero están muy por detrás de otras categorías en el sector de entretenimiento.
Una matriz de opinión sugiere que este es un fenómeno universal y que no hay mucho que hacer. Sin embargo, los datos demuestran que esto no es del todo cierto1, y en los últimos años, el teatro ha tenido un resurgimiento en popularidad en los segmentos más jóvenes de sociedades como la estadounidense, por ejemplo. En 2012-2013, el porcentaje de personas que fue al teatro superó al porcentaje de personajes que acudió a un concierto o a un juego deportivo. Si bien es cierto que cada país vive su propia realidad, esto nos demuestra que es posible volver a popularizar el teatro en Venezuela, no solo como medio de creación, sino también de socialización y sociabilidad.
El teatro, entendido como una de las más genuinas y valiosas manifestaciones culturales que hemos heredado, debe ser reinventado y redirigido en Venezuela. Es necesario impulsar las actividades de teatro callejero y popular que han acercado el teatro a los principales espacios públicos, mientras se remodela la gran infraestructura para hacer teatro que existe en Caracas, sobre todo en el área central de la ciudad. Las iniciativas teatrales, como el Teatro Internacional Progresista, celebrado anualmente en el país, son vitales para la integración cultural entre países y culturas distintas. La paz, en gran medida, depende de que nos conozcamos mejor los unos a los otros y superemos los prejuicios, los cuales actúan como barreras.
Hacer más teatro implica celebrar nuestra condición de humanos en todo su espectro. Aprovechemos las herramientas que tenemos a nuestro alcance para comprendernos mejor los unos a los otros. Mientras más conocemos al otro, mejor nos conocemos a nosotros mismos. Tener una sociedad más estable también pasa por el teatro y la identificación que cada uno de nosotros sienta con la obra en escena. El teatro, como manifestación cultural, es psicología política en su más pura expresión. Conectemos con la psique del venezolano y vendamos una nueva idea del teatro nacional.
Notas:
Vicente Quintero:
Licenciado en Estudios Liberales UNIMET. Tesista de la Especialización en Gobierno y Políticas Públicas UCV. Tesista de la Maestría en Estudios Políticos y de Gobierno UNIMET. Licenciando en Teatro UNEARTE. Estudios en Teología avalados por el Patriarcado de Moscú
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