Por: Ernesto Borges
En un entrañable ensayo del filósofo Theodor Adorno pueden leerse las siguientes líneas:
Spengler ha profetizado la aparición de Goebbels: ‘No hay domador que domine mejor a sus fieras. Basta con soltar al pueblo convertido en masa lectora, y él mismo se lanzará por las calles hacia el objetivo leído, amenazará, romperá las ventanas. Luego bastará una señal con el bastón de mando de la prensa y el pueblo lector se calmará y se volverá a su casa.’ (Adorno, 1962, p.52).
Spengler, que “profetizó” la figura de Goebbels, anticipó a su vez la cotidiana red de fuerzas que constituyen el mundo de la prensa libre y la información en el mundo de la interconexión digital. Es la “masa” lectora e informada—ávida de la novedad en Twitter y en sus diversos medios—la que, en el año 2021 asaltó el parlamento de los Estados Unidos, calmado parcialmente bajo el bastón de mando y el ademán de retirada de su señor. Podría uno detenerse en los diversos ejemplos propios de la esfera latinoamericana, en el asalto al parlamento venezolano en 2017 o el parlamento brasileño en 2023.
“Todo el que sabe leer queda bajo la influencia de éstos”[1], de modo que el afanado “entendido”, el sujeto informado y culto, se hace siervo de su propia “ilustración”; ávido pastor de la verdad que expresa la palabra escrita. El presente tópico fácilmente puede dirigirnos a una crítica de los medios de comunicación en la era de la inmediatez digital, pero en esta ocasión, quizá, sea más sugestivo atender a lo que ofrece la “palabra escrita” en cuanto tal.
Platón en su “pugna” contra los poetas en los libros III y X de República, en el fondo articuló una crítica al mundo de la oralidad sostenida sistemáticamente por las actividades de los aedos, las danzas corales y los poetas. La escritura filosófica y el género del diálogo, que exige ser leído antes que ser recitado, implicaron ambos una pugna contra el mundo de oralidad y repetición mimética de los mitos y arquetipos establecidos. De un modo semejante al de la crítica platónica, el siglo de las Luces se concibió a sí mismo como la era de la racionalidad, de la enciclopedia, de la sistematización de los saberes; distinta del mundo de las tradiciones, sostenidas por la oralidad, que legitimaban en suma una Weltanschauung (visión de mundo) de “supersticiones”. La afirmación de la “escritura” sobre la oralidad, siempre se abanderó sobre el presupuesto de la autonomía que ella hace posible.
Entendiendo que el intelectual y el filósofo son el orfebre de la “palabra escrita”, se ve como su praxis supone la resistencia contra la “doxa”, la opinión y las estructuras que sustentan y preservan ese ecosistema de “narrativas” sonámbulas. ¿La formación (Bildung) en general, y la formación filosófica en particular, ofrecen posibilidades para la autonomía? ¿La dinámica de la formación no nos introduce en la lógica en donde “¿Cada cual pensará lo que le hagan pensar, y lo sentirá como su libertad”[2]? O, tal como conciben Deleuze y Guattari (1985) citando a Spinoza “¿Por qué combaten los hombres por su servidumbre como si se tratase de su salvación?” (p.36).
De acuerdo con René Girard (1985), “recordemos sobre todo que los personajes de Cervantes y de Flaubert imitan, o creen imitar, los deseos de los modelos que libremente se han otorgado” (p.12). Por ejemplo, Don Quijote asume para sí todo lo que puede ser, desde el modelo caballeresco que le proporciona Amadís de Gaula. Aquí, una profunda distancia hace posible la articulación de un “modelo ejemplar”, modelo de autoridad. Por su parte, el “deseo mimético” del intelectual, del sujeto-en-formación, ¿no es acaso la asimilación del modelo que hereda y que cree reivindicar de acuerdo con la singularidad de su intimidad? Lo que puede llegar a ser, ¿no ésta inscrito, oculto o a la espera de ser producido en el plexo textual de la tradición y legado que hereda? La textualidad de las humanidades precisamente nos introduce en una dinámica de “testigo”, el ser heredero de una tradición[3] en la cual se asimilan y destituyen modelos formativos, en la cual el prestigio de los modelos se encuentra continuamente en juego.
Parece, en muchas ocasiones, que el prestigio es el valor velado que se introduce en la lógica erudita de la palabra escrita. La formación para la autonomía implicaría el culto al prestigio, a la autoridad del prestigio: prestigio del testigo, de ser heredero, del acceso privilegiado y escaso a esa textualidad formadora de identidad. Nuevamente “Todo el que sabe leer queda bajo la influencia de éstos”. En la lecto-escritura operaría el deseo, la influencia seductora de la palabra-formativa. Destaca, en este punto, la acepción latina de “seducción” (seducere) que connota acceder al “desvío” o ser descarriado: “puesto que, seducir, seducere (del latín) significa ‘llevar aparte, desviar de su vía’” (Violeta Badea, 2019, p.181).
Ser seducido por la ilustración “propia”, acceder al desvío de la lectura. Gran e interesante paradoja que tensa el habitual espacio para el prestigio erudito, para la autoridad de la sapiencia viva y la sapiencia muerta. La palabra escrita se vuelve entonces huella del saber que se “hace presente”, del saber “por venir”, o del saber pasado que tendría “vigencia”: lugar sin lugar[4]. Un no-lugar que habría de ser defendido y atrincherado, por medio de las herramientas de la ilustración propia. Respecto de las ambigüedades de la escritura, como farmacón (en su ambivalencia antídoto-veneno), el filósofo Jacques Derrida (1997) marcó lo siguiente:
Operando por la seducción, el farmacón hace salir de las vías y de las leyes generales, naturales o habituales. Aquí, hace salir a Sócrates de su lugar propio y de sus caminos rutinarios (…) Le hace salir de sí y le arrastra a un camino que es propiamente de éxodo (p.104).
Sócrates, figura mítica del inicio de la filosofía, quien prefiriera morir a ser expatriado. Sócrates, amante problemático de los asuntos internos de la polis; cultivador de una virtud que solo tiene cabida en el ser-con del ciudadano: accede por una vez a recorrer los exteriores de la ciudad. Junto a Fedro, accede a la seducción y compañía de las bellas narrativas, propiciadas por el farmacón-escritura. Es decir, la figura del sapiente y del ignorante habrían de hermanarse en la errancia, el desvío, complaciente o reticente. Pero no es desvío del “saber”, sino desvío en el saber, hiato nacido de sus hilos, laberinto surgido de su corpus.
En este punto surge la pregunta, ¿Cómo afrontar este componente seductor de la palabra escrita? Elemento que plantea serias dudas sobre la distinción oralidad-escritura, doxa-episteme, exterioridad-interioridad. Se hace entendible ahora la tentativa de atrincherar la ilustración propia ¿Cómo lidiar o si quiera comprender este lugar sin lugar de la palabra escrita? De la formación-desvío inherente a la textualidad, corpus de nuestros saberes. Estas preguntas introducen cierto reto y duda respecto de toda noción de “autonomía” y “formación propia”; incluso de la formación de quien escribe y argumenta aquí. Resistir o ceder, la vorágine textual que entabla y destituye toda conformación posible, la articulación valerosa de todo aquel que pretende tomar la palabra y pensar “por sí mismo”.
[1] Adorno citando a Spengler, (1962). Spengler tras el ocaso (p.51). [2] Adorno citando a Spengler, (1962). Spengler tras el ocaso (p.52) [3]Igualmente válido puede ser “el ser heredero de los márgenes que deponen esa tradición”. [4] “Lugar sin lugar, puesto que aloja todos los libros pasados en este imposible volumen que viene a ordenar su murmullo entre otros tantos otros; después de los otros y antes de los otros” (Foucault, 1963, p.52). Ver más en el ensayo El lenguaje al infinito (1963) de Michel Foucault.
Referencias
Adorno, T. (1962). Spengler tras el ocaso. En Prismas. La crítica de la cultura y la sociedad. Ediciones Ariel, Barcelona.
Badea, V.C. (2019). Sinergias nietzscheanas en la literatura vampírica británica del siglo XIX. https://docta.ucm.es/entities/publication/9dc8c14a-7b2e-48ec-bc32-7e6d19b8f722
Deleuze, G., Guattari, F. (1985). Anti-Edipo. Editores Paidós.
Derrida, J. (1997). La Diseminación. Editions du Seuil, Editorial Fundamentos.
Girard, R. (1985). Mentira romántica y verdad novelesca. Editorial Anagrama, Barcelona.
Foucault, M. (1963). El lenguaje al infinito. En Otro mundo, otra vida. Ediciones Acirema.
Ernesto Borges (1999)
Licenciado de Estudios Liberales por la Universidad Metropolitana (UNIMET). Cursaste del magíster en «Pensamiento Contemporáneo: Filosofía y Pensamiento Político» (UDP).
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