Atisbar alguna señal que nos permita comprender y explicar lo que es y representa la Venezuela de hoy para la historia del pensamiento y del mundo solo es posible cuando la visión se ha acostumbrado a distinguir las formas penumbrales y obscuras del abismo. A continuación se presenta el panorama descarnado de lo que significa vivir, pensar, padecer e intentar superar las múltiples expresiones del desgarro.
Por: Edson Cáceres
Cuerpo sive alma
La concepción histórico-filosófica del hombre entendido como un compuesto de cuerpo y alma inicia en la tradición platónica de las ideas, extendiéndose e influenciando las subsiguientes y variadísimas doctrinas y posiciones sapienciales: la antropología de Platón concebía al cuerpo como la prisión del alma, dualismo que resuena también en su ontología, el mundo sensible como fantasmagoría, un ícono (‘eikon’), frente al mundo inteligible (‘topos uranos’) con sus ideas puras (‘eidos’).
La tradición contrapuesta a la doctrina purista platónica la ensayarán Demócrito (Leucipo) y Epicuro, recogida en la filosofía moderna bajo la figura de Benito Espinoza. En el Escolio a la Proposición XXI de la Segunda Parte de la Ética demostrada según el orden geométrico éste (2009) asevera: «[…] el alma y el cuerpo son un solo y mismo individuo, al que se concibe, ya bajo el atributo del Pensamiento, ya bajo el atributo de la Extensión» (p.158). Lo que sucede en un individuo puede ser entendido bajo un registro de significado corporal (lo sensorio-afectivo), anímico (lo psíquico-intelectual) o ambos en simultáneo (coordinación significado y significante entre los anteriores registros).
El registro corporal utiliza las categorías de placer-dolor, el anímico las de alegría-tristeza y la combinación de ambos las de bueno-malo: «el orden de las acciones y pasiones de nuestro cuerpo se corresponde por naturaleza con el orden de las acciones y pasiones del alma» (Spinoza, 2009, p.203).
Por tanto, hay una coordinación categorial y axiológica entre placer-alegría-bondad y dolor-tristeza-maldad. El tratamiento spinozano de la ética como saber y praxis no es escindido, lo teórico no está separado de lo práctico, las virtudes dianoéticas de las éticas; no hay división entre una ‘dynamis’ y una ‘energeia’, una potencia y un acto, una voluntad de hacer y un hecho, sino que todo parte de un tronco común unificador, de una partícula superior de sentido: el deseo[1].
Asimismo, lo intelectual-racional no tiene la primacía frente al actuar o lo pasional. Razón y pasión ocupan el mismo lugar óntico, como necesidad de la Naturaleza, pero la pasión es superior a la razón, vista bajo un criterio antrópico, por lo cual afirma Spinoza (2009): «Nosotros no intentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno, sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos, apetecemos y deseamos» (p. 212). El juicio axiológico es posterior a la experiencia, nunca anterior.
El deseo, continúa Spinoza (2009), como individuo empírico, como un existente, es la expresión de la esencia del hombre: «el deseo es el apetito acompañado de la conciencia del mismo» (p. 212), habiendo una identificación de esencia con apetito o esfuerzo[2]: «El esfuerzo con que cada cosa intenta perseverar en su ser no es nada distinto de la esencia actual de la cosa misma» (p. 210).
Las acciones del cuerpo y las acciones del alma revelan el deseo individual ejercido: la sucesión categorial placer-alegría-bondad afirma, aumenta o reitera nuestro deseo, mientras que la sucesión dolor-tristeza-maldad niega, disminuye o reprime-suprime nuestro deseo.
Lo que es al cuerpo es al alma, y viceversa, o corporis fabrica sive mens.
El venezolano ¿un «iectum»?
El devenir venezolano puede encapsularse bajo una mirada existencialista como «arrojado», pero más propiamente dicho, como un «excretado». El concepto de «mierda» (no ya la palabra más suave de «hez», y dejando de lado el grecismo de ‘copros’) se predica de manera adecuada de la idea de venezolano, de la identidad del mismo, a saber: la desintegración o descomposición de la sociedad venezolana, en términos políticos, sociales y económicos, su salud pública[3] en tanto cuerpo[4] (cuerpo sive alma), padece una infección cuasi incurable que evacua sus elementos componentes, o los que se suponen recompondrían[5] el orden metabólico y homeostático. El individuo venezolano, como homeomería o parte componente que predica al todo, es un elemento que históricamente enferma y es enfermado por la estructuración convivencial que se expresa en las ideas de Estado y Nación, pero también en las ideas de país y territorio. Por lo cual, nuestra pregunta identitaria, en términos filosóficos, es una búsqueda abierta e incompleta que actualmente puede ser respondida como «arrojo»: somos arrojo, excreción, mierda.
La resignificación de un objeto que tiene una connotación peyorativa, como son las heces, responde además a la comba conceptual y hermenéutica que permite analizar fenómenos metafóricos como manifestación del psiquismo: «[…] las ideas que tenemos de los cuerpos exteriores revelan más bien la constitución de nuestro propio cuerpo que la naturaleza de los cuerpos exteriores» (Spinoza, 2009, p.152).
La ingesta del agua del Guaire o el Guaire como lugar en donde prospera la economía y/o ciertas formas de asociación, suspendiendo la interjección asqueada y el juicio inmediato sobre lo que ello supone, indican qué tan hondo nos soslaya el concepto de mierda.
Los instrumentos y metodologías utilizadas en los análisis de los fenómenos sociales en Venezuela no han podido dar cuenta de la inclinación particular de la identidad venezolana, en tanto sujetos de deseo, a estar envuelta, saecula saeculorum, en procesos que la desgarran, la destruyen, la descomponen o desintegran, en lo vertical y horizontal.
Sin embargo, ensayando una explicación a lo anterior expuesto, en la relación categorial y axiológica el devenir de arrojo del venezolano puede explicitarse en tanto pasión triste: a la identidad del venezolano la atraviesa constitutivamente la sucesión dolor-tristeza-maldad, i.e., la servidumbre: «quienes están sujetos a esos afectos [tristes] pueden ser conducidos con mucha mayor facilidad que los otros…» (Spinoza, 2009, p. 343), frente a la sucesión placer-alegría-bondad, i.e., la libertad: «el hombre que se guía por la razón es más libre en el Estado, donde vive según leyes que obligan a todos…» (Spinoza, 2009, p. 359).
Un afecto pasional triste muy venezolanísimo es la envida, que la define Spinoza (2009) como «el odio, en cuanto afecta al hombre de tal modo que se entristece con la felicidad de otro y se goza con su mal» (p. 267).
«En cuanto que los hombres son impulsados unos contra otros por la envidia o por algún otro afecto de odio, son entre sí contrarios; y, por consiguiente, tanto más temibles, ya que son más poderosos que los demás individuos de la naturaleza» (Spinoza, 2009, pp. 364-365).
El cuerpo: la administración de su tortura
Encontramos dos ejemplos, entre los muchos que hay, que dan cuenta de forma explícita de la relación entre salud, enfermedad, política, arrojo y servidumbre, y que ayudan a fundamentar en términos de efectos sensibles las hipótesis que sostenemos.
Cuando la ley se convierte -se pervierte- en algo distinto al Derecho, surgen expresiones positivizadoras de la dignidad como figura de la libertad individual, de la carga y condición moral inscritas en lo consuetudinario de lo jurídico: esto es lo que representa Franklin Brito.
«Franklin Brito inició una huelga de hambre por la negativa del gobierno a reconocerle formalmente la titularidad sobre sus tierras como lo establece la ley. Se trata de la resistencia civil como manifestación en el campo de lo imaginario como imagen o figura. Cada vez que en los periódicos se mostraba una foto de Franklin Brito donde se percibía el deterioro físico, o donde se observaba cómo el cuerpo se consumía por sí mismo, se captaba la huelga de hambre como imagen. Esta imagen para los venezolanos tiene significación: por un lado, la lucha de un ciudadano venezolano por el respeto a sus derechos, al cumplimiento de la ley y al estado de derecho. Por el otro, un gobierno arbitrario, que anula el estado de derecho y se muestra indiferente ante este acto. Esta acción de Brito como imagen tiene un peso específico en el por hacer de lo imaginario, toda vez que representa una de las formas de acción individual con implicaciones en lo social por la lucha en pos de la reconquista de la libertad» (Cisneros, 2018 p. 41).
La propiedad, más allá de la connotación economicista que algunos esgrimen para defenderla o atacarla, es la reiteración del deseo (del cuerpo y del alma), a través del cual la posesión halla su sentido existencial: se posee y se busca poseer porque lo poseído expresa al deseo, lo afirma o aumenta y por tanto, es bueno[6]. Spinoza (2009) afirma: «Quien imagina que se destruye lo que ama, se entristecerá, pero si imagina que se conserva, se alegrará» (p. 221), y «nos esforzamos en promover que suceda todo aquello que imaginamos conduce a la alegría, pero nos esforzamos por apartar o destruir lo que imaginamos que la repugna, o sea, que conduce a la tristeza» (p. 228).
Franklin Brito, en su protesta corporal y muerte por su fundo, por su propiedad (aquello que extendía y reiteraba su deseo o esencia como individuo), nos enseñó a los ciudadanos, a aquellos cuya vida práctica manifiesta la estela perenne de la libertad en la consecución y reiteración de la virtud, que lo que se estaba jugando no era lo material sino la expresión desenfadada del deseo, frente a las pretensiones serviles y usurpatrices opresoras y represoras: Franklin Brito vivió y murió como un hombre libre, ese es su legado, el de la libertad.
El segundo ejemplo que evidencia lo que hemos sostenido con anterioridad queda representado en la variable y múltiple idea de El Helicoide; en el decir de Lisa Blackmore, es el edificio que «representa una espiral de desventuras». Un ex-preso político relata cómo en una oficina-celda de El Helicoide, además del hacinamiento y de las condiciones insalubres en las que se encontraban los presos, las necesidades fisiológicas como las de miccionar y exonerar el vientre se hacían en potes de agua y bolsas de plástico, respectivamente, las cuales se pudrían: «quince días en una celda, con comida, con heces fecales; personas sin bañarse, sin poder asearse durante mucho tiempo».[7]
Estar preso en El Helicoide equivale a estar subsumido, en lo corporal y lo anímico (de modo indistinto), al desgarro o a la desintegración pluriforme: antes de la muerte o de la excarcelación aguarda el suplicio.
A manera de conclusión, podríamos afirmar que hay una parte del cuerpo venezolano (y de su alma), del que cada ciudadano es integrante, que se niega a ver y a cambiar, a hacer consciente, su relación material y psíquica con las otras partes del cuerpo y con el cuerpo mismo. Las múltiples escisiones nominales que existen dan cuenta de lo anterior: Caracas del Este y del Oeste, Caracas y la gente del interior, el Este del Este de Caracas, &c.
Podríamos preguntarnos entonces: ¿Quiénes son los administradores de nuestra tortura?
Sí, somos todos.
Bibliografía
Cisneros, M. E. (2018). La Desobediencia Civil: una perspectiva filosófica. Apuntes Filosóficos, 27(52), 35-54.
Spinoza, B. (2009). Ética demostrada según el orden geométrico. Madrid: Tecnos.
[1] «El deseo es la esencia misma del hombre en cuanto es concebida como determinada a hacer algo en virtud de una afección cualquiera que se da en ella» (Spinoza, 2009, p. 261). [2] Potencia, afirmación, esfuerzo, conato, deseo, existencia y esencia son conceptos unívocos en Spinoza, las múltiples formas en que nuestro filósofo predica el concepto de identidad. [3] «Salus populi suprema lex est» de Cicerón. [4] «Veluti una mens». [5] A través de esto entendemos el sentido de la inexistencia de la institucionalidad en Venezuela, la cual funciona como anticuerpos frente a una expresión vírica o bacteriana. En Venezuela reina la enfermedad, i.e., las estructuras de corrupción o la corrupción como forma superior («Forma de las formas») de toda expresión estructural del país. Vemos, asimismo, que la corrupción va más allá del latrocinio del erario público. Es una actitud, un modo de ser, una cosmovisión, una expresión individual frente al devenir de la realidad: un ethos. Julio Jiménez Gédler (conocido como Julio Coco) y Nehomar Hernández abordan la corrupción como sistema ontológico de la sociedad venezolana, dando luces al respecto: https://www.youtube.com/watch?v=_il0lH9mWr8 [6] La propiedad es buena (place y alegra); a más propiedades, más placer y más alegría. El materialismo vulgar y el utilitarismo encuentran acá su significado como tendencias ingenuas del deseo, que solo conciben como propiedad los bienes materiales (hacienda, patrimonio, capital, &c.). En términos laxos, podría decirse que es la consideración de que lo cuantitativo es superior a lo cualitativo: la cantidad supera a la cualidad o el imperio del número, de la acumulación. De lo anterior se sigue «primero, que los hombres se imaginan ser libres, puesto que son conscientes de sus voliciones y de su apetito, y ni soñando piensan en las causas que les disponen a apetecer y querer, porque las ignoran; […] segundo, que los hombres actúan siempre con vistas a un fin, a saber: con vistas a la utilidad que apetecen, de lo que resulta que sólo anhelan siempre saber las causas finales de las cosas que se llevan a cabo, y, una vez que se han enterado de ellas, se tranquilizan, pues ya no les queda motivo alguno de duda» (Spinoza, 2009, p.113). [7] Material extraído del documental de la BBC Mundo El Helicoide, el “mayor centro de tortura en Venezuela”: https://www.youtube.com/watch?v=GCO92Wbx4Wg
Edson Aldair Cáceres Zambrano
Estudiante de Educación mención matemáticas de la Universidad de Carabobo.
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