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caracas crítica

Brayan el Ahasvero: mitología y praxis del cosmopolitismo veneco

Por: Edson Cáceres Zambrano


“Ninguna sociedad se disuelve ni puede ser sustituida si primero no ha desarrollado todas las formas de vida implícitas en sus relaciones”.

—Gramsci, parafraseando a Marx.




La nota común que dota de sentido y relevancia al acontecer venezolano, a su situación, es la imagen que se tiene de su tránsito, muy especialmente cuando éste se puso en contacto con diferentes expresiones típicamente estáticas; el movimiento, pues, es entendido o cualificado y cuantificado a partir de un sistema de referencia: sociedades estáticas enmarcan, en un juicio favorable o desfavorable, la movilización veneca por el mundo.


Lo anterior podría decirnos que el espacio y tiempo de la sociedad venezolana se extiende y sucede en una otredad o ruptura que desdice la identidad de las sociedades en su propio espacio y tiempo: el élan de la Revolución Bolivariana es el fundamento de esa cosmovisión, de esa peculiar forma de ordenar el espacio y tiempo. A propósito, Walter Benjamin en sus Tesis sobre la historia nos dice que el carácter revolucionario funda el tiempo, cuyo método de medición no se da a través del reloj sino del calendario[1]: su inicio, clave interpretativa del ulterior sucederse, se sitúa en el ahora primo de la revolución, que para el chavismo es el 4 de febrero de 1992. Venezuela aceleró desde ese momento su tiempo histórico; en apelación a lo cual construye su discurso identitario, es decir, su mitología condicionante: signos, consignas, referencialidades épicas, teleología salvífica, la revolución-ahora sostenida en la fantasmagoría de la bienaventuranza soteriológica (por la figura del Soter), su pro-iectus.


Precisamente, la revolución es un elemento centrífugo que permite resolver las crisis sociopolíticas de una forma fundacional, i.e., por violencia fundante. A tal fenómeno de dispersión corresponde la Edad de los Estados Combatientes, a decir de Ernst Jünger, fenómeno que tiene su contrapunto en las guerras entre Estados: guerras interestatales y revoluciones son predicados del concepto común de la modernidad, signados por la movilidad y el escenario de talleres (movimiento industrial)[2]. A partir del ordenamiento mundial en cuyo pináculo se encuentra EE.UU. y su situación de vencedor en la Segunda Guerra Mundial, el chavismo se concibe antiimperialista yanqui, siendo esto, pues, ínsito a su movimiento centrípeto: su mismidad es relativa a ser una otredad frente al orden yanqui mundial[3].


En este sentido, entendemos la relacionalidad social del venezolano a partir del chavismo como la reiteración del fratricidio, la incapacidad de estructuración hacia lo vertical (padre) —problema abordado por José Ignacio Cabrujas en Viveza Criolla— y lo horizontal (hermano). Sedicente auténtico en principios e instituciones, concibiendo como enemistad estatal lo que es una mera oposición a su gobierno y cosmovisión.


Por otra parte, lo vertical y horizontal son las condiciones de posibilidad a priori de lo que Mircea Eliade entiende como conciencia fenomenológica de lo sagrado: verticalidad en la relación con la potencia creadora y horizontalidad en la relación con la sacralidad de lo creado, participando de la misma, en su talidad de criatura[4]. La condición de hombre moderno se constituye mediante la oposición que ejerce contra el homo religiosus, revalorizando racionalmente los valores culturales arcaicos. El chavismo operó un regressus[5] político, social y económico a estadios premodernos, del sistema burocrático de las sociedades modernas a un sistema de clanes, de tal forma que uno de los instrumentos para inteligirlo como movimiento de poder y ordenación es integrarlo a un sistema societal premoderno, muy anterior al sistema estamental (clero, nobleza y tercer estado) y al sistema de clases sociales, la gens romana, tal y como la entiende Rafael Valera en Neomonarquismo venezolano y el chavismo como tribu[6].


La historia de Roma, en tanto acto pleno, cumplido, de la virtualidad de lo político, podría indicar comparativamente la situación venezolana en su conjunto: unos pocos ciudadanos gozando de derechos plenos y tierras (patricios, sujetos de derecho público y privado, sintetizados en ius honorum, ius commercii, ius suffragii, ius connubii y testamenti factio)[7], otros tantos de beneficios comerciales (clientes) y los muchos del grueso de la sociedad como plebeyos y esclavos. Esto explica la razón del nomadismo veneco: la reacción ante la modernidad social proyectada a una estructuración social premoderna, la reacción ante un cambio de figura social moldeadora, es la huida —huida hacia formas perdidas y disgregadas por la entropía sistémica venezolana, formas institucionales, típicamente estáticas—.


Resulta paradójico que la internacionalización del Proyecto Bolivariano como idea política de imperium resultase en el cosmopolitismo de la sociedad venezolana —un tránsito involuntario de la capacidad política como potentia entre potencias a la situación de nudidad apolítica y ajurídica, viandante por el mundo—, de los hijos generacionales de Chávez. Resultando absurdo, por demás, que las respuestas[8] frente al chavismo se cifren en una forma mentis moderna, es decir, típicamente parlamentaria: discusiones y plebiscitos ante la normalidad de la situación excepcional de Chávez y sus camarillas cruzando el Rubicón.


 

[1] «El día con el que comienza un calendario actúa como un acelerador histórico. Y es en el fondo el mismo día que vuelve siempre en la figura de los días festivos, que son días de rememoración. Los calendarios miden el tiempo, pero no como relojes. Son monumentos de una conciencia histórica […]», Benjamin, W. (2008). Tesis sobre la historia y otros fragmentos. Ítaca: México, D. F., p. 52.


[2] «Cabe considerar esas revoluciones como una prosecución de la guerra y cabe también interpretar la guerra como el comienzo visible de una gran revolución. El proceso que se efectúa en el choque entre los pueblos y el que se efectúa en el interior de los pueblos es el mismo, y uno y el mismo es el resultado que ese choque deja tras de sí en ambos casos. La guerra provoca revoluciones y las relaciones de fuerza modificadas por las revoluciones impelen a su vez hacia acciones bélicas», Jünger, E. (1990) El trabajador, dominio y figura. Tusquets: Barcelona, p. 228.


[3] La única hipótesis de conflicto que concibe el chavismo en su estrategia militar es una invasión de Estados Unidos, según Andrei Serbin Pont en ¿Venezuela, un riesgo para Latinoamérica?, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=TJjOuCrQcEo 


[4] «Tal como si los dioses hubieran creado el mundo de tal guisa que no pudiera dejar de reflejar su existencia; pues ningún mundo es posible sin la verticalidad, y esta dimensión, por sí sola, evoca la trascendencia», Eliade, M. (1998). Lo sagrado y lo profano. Paidós: Barcelona, p. 96.


[5] Lo que hace al chavismo poderoso, stricto sensu, es la aplicación interna de la herencia estatal moderna a formas políticas preestatales.


[6] «En líneas anteriores me referí a una suerte de “cosmogonía partisana” de la cual surgieron las Tres Familias Soberanas, los Maduro, los Cabello y los Rodríguez. Al ver la historia de estas tres ramas, podremos encontrar su tronco, un “primer motor” que los origina dentro de un nuevo sujeto histórico, un gran caudal del poder. Ese motor es, sin más, Hugo Chávez». Valera, R. (2024). Neomonarquismo venezolano y el chavismo como tribu, disponible en https://lancero.substack.com/p/neomonarquismo-venezolano-y-el-chavismo 


[7] Quisbert, E. (2006). Las XII Tablas o ley decenviral.


[8] Como es de notar, la aplicación de toda idea tocante a la ordenación venezolana debe configurarse mediante una fenomenología en los campos políticos y sociales, lo que equivale a decir que frente al totum revolutum soberano chavista debe aplicarse una conciencia de rango (Rangbewusstsein) y un poder dispositivo (Verfügungsgewalt): «Ciertamente esto presupone una peculiar conciencia de rango, una conciencia que no es ni heredada ni adquirida y que le resulta del todo posible precisamente a la vida más sencilla; en tal conciencia es preciso ver la característica de una aristocracia nueva» Jünger, E. (1990) El trabajador, dominio y figura. Tusquets: Barcelona, p. 84.


 


Edson Aldair Cáceres Zambrano

Estudiante de Educación mención matemáticas de la Universidad de Carabobo.


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