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El Eco del Silencio: el suicidio ante un mundo absurdo

Por: Luis Natera

¿Por qué no suicidarse? Es la vida interpelando a la vida, el intervalo en que el dolor se quiebra y revela su reverso: un amor, un deber, un verso pendiente.

En la afonía de la noche, cuando las sombras se alargan y el tiempo parece detenerse, el hombre se enfrenta a sí mismo. Es en esos momentos, en los que el ruido del mundo se apaga, cuando la mente se sumerge en las profundidades de su propia existencia y se detiene frente al abismo de lo desconocido, surgiendo, de manera irreverente, la pregunta que, como un eco persistente, resuena en el vacío de nuestro ser: ¿vale la pena vivir? La interpelación que la vida se hace, sin buscar hacer apología a la muerte. 


Albert Camus, en su ensayo “El mito de Sísifo”, aborda esta cuestión con una lucidez que deslumbra las más oscuras tinieblas. Para él, el suicidio es el problema filosófico por excelencia, la única cuestión que realmente importa. Porque, en un mundo absurdo, donde la vida carece de sentido trascendente, donde D-os ha muerto y las promesas de eternidad se han desvanecido; el acto de quitarse la vida parece, es en cierto modo, una respuesta lógica. Pero, Camus no se conforma con esa “lógica”, va más allá, y es en ese "más allá" donde encontramos la clave de su pensamiento.


Vislumbremos a Sísifo, condenado por los dioses a empujar una roca hasta la cima de una montaña, solo para verla rodar hacia abajo una y otra vez, en un ciclo eterno. Hallando Camus en ese relato, la imagen perfecta de la condición humana: trabajamos, luchamos, amamos, sufrimos, y al final, todo parece desvanecerse en la nada; la roca cae, y nosotros volvemos a empezar. Un sinsentido que, curiosamente, delinea la libertad que creíamos impuesta por la providencia.


Porque, si el mundo no tiene razón de ser, entonces somos nosotros quienes debemos dárselo, se abre la caja de pandora, dado que, no hay un destino escrito, no hay un plan divino que seguir ni mucho menos predestinación alguna; somos una hojas en blanco, peligrosamente libres de crear nuestro propio significado, de inventar irreversiblemente nuestra propia justificación de vivir. Y es aquí donde el suicidio, esa tentación silenciosa, comienza a descolorar su atractivo. Debido a que, si nada tiene sentido, entonces quitarse la vida tampoco lo tiene, es en última instancia, una manera de rendirse, de aceptar la derrota ante el absurdo, dejándose aplastar por aquella roca que cae de la cima sin resistencia alguna.


De modo que, Camus no nos invita a la resignación, al contrario, nos llama a rebelarnos, a vivir a pesar de lo ilógico, ya que, es en la lucha, en ese empujar la roca una y otra vez, en donde encontramos nuestra dignidad. Sísifo, en su esfuerzo interminable, es un héroe absurdo, y  nosotros, en nuestra búsqueda constante de sentido, somos sus cómplices de aventura.

Claro, no es fácil vivir en un mundo absurdo, requiere valor, coraje y hasta algo de locura; requiere admitir que no hay respuestas definitivas, que no hay consuelos eternos, ni soluciones mágicas; de igual manera, requiere algo más, un algo olvidado en esta época de la premura y lo instantáneo, requiere de amor. Sí, amor por la vida, por sus pequeños placeres, por sus fugaces momentos de belleza y por lo que el imparable tiempo devorará a su paso. Porque, aunque todo termine en la nada, hay algo en el acto de vivir que vale la pena, ese algo que no se puede explicar, pero que se siente en lo más profundo del ser.


Es ahí que Benedetti, como sigiloso morador de las sombras, entra en la conversación de Camus y el deseo de la inmolación, usando su prosa sencilla pero profunda, supo captar esa lucha cotidiana, esa exploración de sentido en lo aparentemente insignificante. En sus cuentos y poemas, los personajes no son héroes grandilocuentes, sino personas comunes, con sus dudas, sus miedos, sus pequeñas alegrías, y es precisamente en esa cotidianidad donde reside la grandeza de la vida, donde el claroscuro de sus decisiones reafirma la condición humana.


Imaginemos entonces a un hombre cualquiera, un hombre como tantos otros, que se levanta temprano, va al trabajo, regresa a casa, cena en silencio, y se acuesta; al día siguiente, repite la misma fórmula. Parece una vida gris, monótona, sin ambiciones; ahora bien, si miramos más de cerca, si nos detenemos en los detalles, y leemos entrelineas, descubriremos que hay algo más, tal vez una sonrisa fugaz, una mirada cómplice, un gesto de cariño, y hasta, un acto amable para un desconocido sonrojado. Acciones llanas que dan color al lienzo de la existencia, pues, cada razón para seguir hacia adelante es un ejercicio de insurrección cósmica, un no voy a ceder tallado en la fragilidad del alma humana.


Lo que nos lleva a otro protagonista en este laberinto, la esperanza, un sentimiento que se enfoca en que la roca no caiga, o  por lo menos, si cae, que no importe. Visto que, lo transcendental no debe ser alcanzar la cima, sino el camino que recorremos para llegar a ella. Camus lo dice claramente: "Hay que imaginarse a Sísifo feliz". Y es que, en su lucha constante, en su esfuerzo interminable, Sísifo encuentra su razón de ser, no en la victoria, sino en el combate mismo. Por consiguiente, nuestra vida cotidiana, se convierte en el invernadero donde encontramos la felicidad, no como ausencia de sufrimiento, sino en la capacidad de vivir lo insensato de manera que, se transforme en el vapor que mueva la locomotora de nuestros quehaceres. Quedando el suicidio, en un lugar que en un principio no estaba, rezagado, transfigurándose en una desdibujada abdicación. Así, en el filo del vacío, florece la premisa más bella: existir duele, pero hay algo que indescriptiblemente duele aún más, y es dejarla ir (la vida)

Reencontrándonos con el silencio de la noche, cuando las sombras se alargan y el tiempo parece detenerse, pero, esta vez con la belleza de lo efímero, con el color de las palabras, con el verso perpetuo de una mirada, y en el abrazo que no cura, pero reconforta. En razón de que, el absurdo no desaparecerá, permaneciendo como un compañero incómodo que, paradójicamente, nos recuerda que somos libres; y el cual debemos enfrentar con los ojos abiertos, sabiendo que, en esa lucha, hay algo profundamente humano y digno de ser contado. Al final, no se trata de abandonar el campo de batalla antes de haber luchado.



Luis José Natera Tibari


Maestrando en Filosofía - UCAB Guayana

 
 
 

1 bình luận


Aun en medio del vacío y el silencio más profundo, el alma susurra que la vida tiene propósito. Este artículo nos confronta con lo invisible: el dolor que muchos llevan en secreto. Que nunca perdamos la capacidad de ver con el corazón, de abrazar con el alma y de recordar que, incluso en la oscuridad, siempre hay una chispa de luz esperando ser encontrada. Somos más que este mundo caótico. Somos espíritu, y merecemos sostenernos unos a otros.

Thích
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