Por: Leonardo J. Aristigueta
América, una región amplia y vasta, de mestizaje y multiculturalidad, es un espacio, un área, un lugar étnico y geográfico donde convergen una pluralidad de razas, lenguas y culturas diversas, que, en conjunto, forman una mitad de las dos Américas: la América Latina y la América Anglosajona.
A su vez, esta región del continente latinoamericano se subdivide en tres: Luso-América, la América francesa y, por supuesto, Hispanoamérica. Cada una con sus propias características, tradiciones e instituciones. Nosotros, pues, nos centraremos en esta última, nuestra América, la de herencia hispánica, de la cual hemos desarrollado –queramos o no- gran parte de nuestra cultura social, económica y política… y de la cual hemos forjado, casi en su totalidad, la base de nuestras sociedades modernas de este lado del mundo.
Una América que guarda aún una profunda y confusa relación con el Reino de España y que, en palabras del filósofo vasco-español Miguel de Unamuno (e inventor del término “hispanidad”), hace mucho que dejó de ser “Madre Patria” para convertirse en “Patria Hermana”.
¿Qué es y cómo se come eso de la “Hispanidad”?
Hay una especial importancia en inmiscuirnos en qué significa la hispanidad y dónde nos deja a nosotros, a los hispanoamericanos, este concepto cultural en el mundo que habitamos. Puesto que desde el día 15 del pasado mes de septiembre se celebraba el Mes Nacional de la Herencia Hispana (National Hispanic Heritage Month) en los Estados Unidos de América; una celebración que acabó el 15 de octubre, y cuyo fin es agradecer la influencia y contribución de los hispanoamericanos en la cultura estadounidense.
Asimismo, el 12 de octubre del presente año se conmemoraron 529 años del día en que dos civilizaciones de distintos hemisferios del mundo –mutuamente desconocidos entonces el uno al otro- se conocieron y darían el inicio a lo que somos hoy como países; siendo este un día aún controversial, con muchos matices y puntos de vista… que varían desde un inmenso e irremediable antihispanismo hasta un complaciente y parcializado españolismo (disfrazado de hispanismo) que reivindica la llegada de los europeos como la salvación de la América prehispánica o buensalvajistas de su antigua era terror y canibalismo. Sin más, un día que inició el choque y cruce de dos culturas; un día que cambió por completo la historia de toda la humanidad.
Vale entonces preguntarse y repasar: ¿qué es la hispanidad? ¿Cuál es su importancia? ¿Por qué hoy en día existen heridas todavía abiertas y por cerrar? ¿Y el porqué es un tema que debemos analizar con matices y pinzas (lejos de cualquier eurocentrismo y antihispanismo), lo más cercano a la objetividad?
Madre Patria o Patrias hermanas
El hecho de que aún el día de la hispanidad sea una fecha compleja y sensible de hablar para todos los descendientes de las partes involucradas es algo que nos debería llevar sin duda a la reflexión:
Por un lado, están aquellos que proclaman aquel 12 de octubre como uno de los días –sino el más- trágico de toda la historia americana (e incluso habrá quien diga de la humanidad), ya que con la llegada de la conquista, explotación, yugo e imposición española a los indoamericanos, iniciaría nuestra mayor condena que aún nos persigue: el saqueo de nuestras riquezas y nuestro inevitable subdesarrollo, o tercermundismo. Incluyendo, claro, los miles de atropellos contra la vida y dignidad de los habitantes nativos.
Esto, sin duda, es una verdad a medias tintas… nadie, o casi nadie, puede negar la explotación y saqueo de los recursos naturales (oro, plata, cobre, frutos y maderos) del continente americano para satisfacer las necesidades y deseos de la Metrópolis, el entonces Imperio Español. Tampoco nadie puede negar –como conquista al fin- la opresión y servidumbre impuesta por los españoles, tanto a los nativos americanos como al colectivo de mano esclava proveniente del África para ser explotado en nuestros campos.
En fin, nadie podría negar, como no, la imposición hegemónica-cultural de los españoles a todas sus nuevas colonias de América. Desde sus ritos y costumbres religiosas del catolicismo, en todas sus ramas; su idioma castellano y castizo; sus instituciones jurídicas, económicas y políticas; sus mitos, leyendas y fantasías sobre el imaginario que tenían del “Nuevo Mundo” (aunque era tan antiguo como los otros, pues en este ya habitaban antes de la llegada del hombre europeo) de unas tales Amazonas, de una ciudad hecha de oro puro, cuyo nombre lleva El Dorado, o incluso de la retórica y visión buensalvajista de los hombres puros y buenos, lejos de toda avaricia, odio y ambición, que le tenían a los indígenas.
Así se habla mucho de aquellos centenos de años donde el hombre blanco y europeo impuso su visión del mundo sobre aquellos grupos –a ojos de ellos- “incivilizados”. Instaurando, además, un sistema de castas que dictaría quiénes pueden o no progresar bajo el poderío español en las Américas: blancos peninsulares, blancos de orilla, blancos mantuanos, indios, mestizos, zambos, mulatos, negros, pardos, etc…
Pero todo esto, siendo una verdad, no es una verdad absoluta. Pues esta, también, ha sido una forma de proclamar una y otra vez la Leyenda Negra Española (narradas de las vivencias del Fray Bartolomé de las Casas durante la conquista); leyenda que ha sido una exageración –si bien cierta con sus matices, no es la más justa- de los hechos cometidos por españoles durante casi cinco siglos. ¿Es una completa mentira esta leyenda? No, pero hay que entenderla también como lo que fue: una propaganda política expandida primero por los ingleses (enemigos naturales de España) y neerlandeses del siglo XVI.
¿Con qué o cuál fin? La de promover lo antiespañol y lo anticatólico. Recordemos que en aquel entonces España disputaba el control del mundo contra el resto de las potencias europeas, además de las contraposiciones religiosas del catolicismo contra el protestantismo y el anglicanismo. ¿Y cómo subsiste hasta nuestros días esta Leyenda tan presente en nuestro inconsciente colectivo? Pues si bien, nada o casi nada de aquellas potencias queda en el presente, la Leyenda Negra es un discurso social y político que aún emana de ciertos partidos hispanoamericanos. La mayoría de estos usualmente de izquierdas, los cuales alegan un profundo rechazo a la herencia europea, como la mayor atrocidad histórica contra nuestros pueblos aborígenes –quizá razón en sí no les falte del todo-, pero desde un punto de vista populista, que reivindica la lucha de una soberanía (que en teoría hace mucho ganamos) y un orgullo del buensalvajismo americano, golpeada por el “vil imperialismo” y una larga propaganda que termina en nada… sólo politiquería que recrea más golpes y olvidos para los pueblos amerindios de nuestra América.
Aunque claro, como todo, tiene su origen: nuestra lucha independentista o de emancipación. En palabras del intelectual venezolano Mario Briceño Iragorry –en su ensayo: Mensaje Sin Destino- diría que “(…) el odio que fue necesario de exaltar como máquina de guerra durante la lucha ciclópea librada por nuestros Padres contra la metrópoli peninsular, subsistió en la conciencia nacional, por prenda de “patriotismo” durante mucho tiempo después de compuestas las paces entre la antigua Corte y la flamante República”. O, que en otras palabras, fue un discurso necesario para realzar un espíritu patriota en las fuerzas republicanas con el fin de vencer no sólo militar sino cultural y espiritualmente a las fuerzas realistas, y que, a su vez, justificara esto de algún modo su rebelión contra el Imperio.
De este modo, “confundiendo tradición con involución, muchos han querido ir, en aras del progreso, contra los valores antiguos. (…) [Haciendo] enjuiciar nuestro pasado de colonia española. Se trata de un criterio retardado, en el cual sobreviven el odio contra España que provocó la guerra de emancipación y el espíritu de crítica de la generación heroica hacia los propios valores que conformaron su vida intelectual”. Siendo así “creyeron que ganada la independencia política, habían sido echadas del territorio patrio unas autoridades desvinculadas históricamente de lo nacional nuestro, y consideraron, por lo tanto, de genuina calidad patriótica anchar hasta los propios orígenes de la colectividad, el menosprecio indiscriminado contra todas las formas y valores antiguos”.
Todo esto ha persistido a través del tiempo. Desde el origen del movimiento independentista con aras de fundar las primeras republicas hispanoamericanas, hasta la progresiva democratización política de nuestros países en el siglo XX. Por supuesto, el siglo XXI no es la excepción al caso, ya que como hemos bosquejado aquí, tanto partidos como movimientos políticos-culturales han seguido procurando extender hasta el presente la susodicha leyenda una y otra vez. Dando como consecuencia un profundo desapego –en el mejor de los casos- o un iracundo sentimiento en contra de gran parte de nuestra herencia como indoamericanos y caribeños: la hispanidad.
¿Pero qué hay del otro lado de la acera?
En el otro lado, podemos hallar una visión eurocéntrica que reivindica la llegada de los españoles como el obsequio de la civilidad al mundo precolombino, liberándolos del yugo y de la barbarie a la que antes se veían sometidos por sus propios líderes; trayendo los europeos consigo la prosperidad al “Nuevo Mundo”.
Algo que, dentro de todo, también es una verdad a medias. Pues al igual que el caso anterior, sería injusto negar las formas de vida y cultura de los mayas, aztecas e incas quienes estaban lejos de ser civilizaciones pacíficas; ya que conquistaban, saqueaban, sometían y esclavizaban a sus homólogos habitantes de la región: las tribus aledañas. Aunque claramente, algo propio de la época y de las civilizaciones humanas de entonces. Hay que evitar los anacronismos.
Tampoco se puede negar que sin la llegada del hombre europeo no se hubiese podido alcanzar –o al menos adelantar- la modernización de las civilizaciones americanas, estableciendo todo un sistema institucional que organizaba política, económica y socialmente a las nacientes administraciones (y futuros países) de la región de una manera más óptima y eficaz.
¿Qué esto se pueda clasificar de “prosperidad”? Diría que es algo que depende del criterio individual de cada uno, pero entendiendo que innegablemente nuestras formas de pensar, creer y actuar están -y van- íntimamente relacionadas a la cultura hispánica que fue establecida en nuestras tierras.
En este sentido, el impulso de esta visión de la “hispanidad” ha sido desarrollado por autores, sacerdotes y pensadores españoles como Ramiro de Maeztu, Zacarías de Vizcarra y Ernesto Giménez Caballero, quienes buscarían redefinir la hispanidad (alejado de la visión de Unamuno) como un pensamiento de índole católico, nacionalista y antiliberal. De cierta forma herencia del movimiento Carlista y el absolutismo, que denegaban la compaginad de los hispánico con las nuevas formas de pensar de los siglos XVIII y XIX adjuntadas a la ilustración y a la democracia liberal.
De esta forma, la hispanidad empezó a ser relacionada con los movimientos reaccionarios y antidemocráticos de derechas. Siendo utilizado esta, incluso, durante la Guerra Civil Española como propaganda política por el Bando Sublevado o Franquista en contra de la Segunda República Española.
Esto incluso lo podemos observar en la actualidad, precisamente en los partidos de derecha, especialmente en el concurrir de la política española (aunque no es algo ajeno a algunos partidos hispanoamericanos). Pudiéramos decir, sí, que aquella visión antidemocrática y arcaica de la hispanidad cada día está más lejana del discurso político moderno… y ciertamente no sería justo decir que esta visión de la “hispanidad” es el basamento fundamental de algunos políticos de derecha española. Aunque, por alguna razón, esta visión aún persiste en cierto imaginario popular: que la llegada de los españoles a América fue la salvación del continente y sus habitantes del profundo atraso, caos e ignorancia a la que se veían sometidos.
Sin más, bastaría citar a sólo dos políticos de la derecha moderada del talante español como son, en primer lugar, la Presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y Toni Cantó, director de área de la Oficina del Español de la Comunidad de Madrid:
La primera, la Sra. Presidenta, refiriéndose al Papa Francisco tras pedir disculpas a México por los “pecados cometidos” durante la conquista española en las Américas, diría: “A mí me sorprende que un católico que habla español hable así a su vez de un legado como el nuestro, que lleva precisamente el español y, a través de las misiones, el catolicismo y, por tanto, la civilización [y] la libertad al continente americano”.
El segundo, el Sr. Cantó, en defensa de la “hispanidad” diría: “yo no creo que seamos conquistadores ni colonizadores ni nada parecido. Yo creo que España cuando llegó a aquel continente liberó (…). No lo conquistaron, lo liberaron de un poder absolutamente brutal, salvaje y caníbal. España liberó y que a partir de allí creamos una historia común y con un legado histórico del que nos tenemos que sentir muy orgullosos”.
Más que hacer una crítica directa a estas dos figuras de la política española, el punto de citarlos es ejemplificar una visión que aún existe en cierto colectivo español sobre qué significó la llegada del Imperio Español al “Nuevo Mundo”. Una visión tan entorpecida y parcializada de la hispanidad que sólo profundiza el enorme abismo y herida que cohabita entre nosotros: Las Patrias Hermanas.
Tenemos, entonces, el deber y la labor de revalorizar y resignificar lo qué es ser hispanoamericanos
Hay que rescatar la hispanidad (late sensu) y en su sentido más profundo
De alguna forma me siento ligado al criterio de Unamuno cuando habla de “Patrias Hermanas” al referirse al vínculo existente entre España y las repúblicas hispanoamericanas. Soy del pensamiento de que hablar de “Madre Patria” –tal cual implica e insiste cierto grupo del “hispanismo”- es darle un sentido de españolidad a nuestra cultura, negando u omitiendo que nosotros, los indoamericanos y afrocaribeños, también poseemos elementos propios de Latinoamérica que nos convierten en un ente distinto (más no distante) de qué son los españoles.
En todo sentido, hablar de “Madre Patria” sería otorgarle cierta maternidad o maternalismo al Reino Español y, asimismo, aceptarnos como sus eternos descendientes, incapaces de forjar para nosotros un criterio y rumbo propio. Es autodefinir un sentido de inferioridad –propio de los hispanoamericanos- en el que han de sentirse cualquier cosa, menos americanos. Quizá por vergüenza, quizá por ignorancia. Tenemos, entonces, el deber y la labor de revalorizar y resignificar lo qué es ser hispanoamericanos, sin olvidarnos de nuestros elementos latinoamericanos y amerindios: debemos sentirnos orgullosos de nuestra herencia hispánica sin olvidarnos, pues, de nuestra esencia principal, como es la diversidad y multiculturalidad “afro-india”.
Hablamos de “Patrias Hermanas” porque después de todo tenemos más cosas en común ambos hispanos de los distintos hemisferios que grandes diferencias. Compartimos un mismo idioma, una cultura semejante (con sus notorias diferencias incluso en los mismos pueblos de América), unas creencias espirituales y religiosas judeocristianas, unas mismas o similares instituciones económicas y jurídico-políticas, una visión del mundo que nos une y nos hace reflexionar acerca del mundo tal y como lo hacemos, distinto a cómo podría analizarlo un anglosajón, un galo o un germánico.
Tenemos, entonces, el deber y la labor de revalorizar y resignificar qué significa esto de ser hispanoamericanos, sin olvidarnos de nuestros elementos latinoamericanos y amerindios
En ese sentido comparto las palabras de Briceño Iragorry cuando dice que “si descabezamos nuestra historia, quedaremos reducidos a una corta y accidentada aventura republicana de ciento cuarenta años, que no nos daría derecho a sentirnos pueblo en la plena atribución histórico-social de la palabra. Buscar las raíces históricas de la comunidad es tanto como contribuir al vigor de los valores que pueden conjugar el destino y el sentido del país nacional”. Jamás podremos entendernos como países del mundo si nos negamos a nosotros mismos nuestra historia y, por ende, nuestra herencia.
El antihispanismo implica eso: la destrucción de nuestro propio camino para sentirnos pueblos, propiamente dichos, con unos valores históricos y sociales determinados. También es algo que nos impide, lleno de odio, reflexionar qué supone esto de ser hispanos, tras más de cuatrocientos años de ocupación española en nuestras tierras. ¿Cómo nos afectó? ¿Cómo hace esto que tengamos una visión específica del mundo? ¿Influye a la hora de desarrollar nuestras sociedades de manera económica, administrativa y jurídicamente?
Para cerrar heridas y abrir puertas creo que la hispanidad debe rescatar su característica más importante que lo separa por mucho del colonialismo británico: el mestizaje. Esa posibilidad que permitió la unión de razas humanas mezclarse y crear lo que hoy somos: un pueblo diverso que comparte sangre india, negra y blanca en unos mismos cuerpos. A diferencia de aquellos territorios ocupados por los británicos que implicó el exterminó de sus habitantes originales, sin posibilidad alguna de ligue entre ambos pueblos.
Al final la hispanidad es lo que nos engloba, en su conjunto, como pueblos que comparten unas mismas características traídas del viejo mundo, de nuestra hermana Hispania: su cultura, sus tradiciones, sus instituciones políticas y sociales, sus creencias, su lengua castellana y su sangre; pero entender la hispanidad también debería implicar entender el otro lado de la moneda: nuestra sangre –también nuestra- de indígenas y afros, que en unión forman a esta especie de raza distinta –si es que aún tiene sentido hablar de razas, y no de la raza humana como una sola- repleta de mestizaje y mezcla única: el hispanoamericano.
De otro modo, una hispanidad que desprecie nuestra descendencia achagua, arawak, boruca, cacaopera, caribe, cumanagota, guajira, guaraní, guarayo, inca, maya, mexica, nicoya, olmeca, quechua, taína, tampa, tanimuca, zapoteca (por mencionar sólo algunas)… y cómo estas han influenciado de algún u otro modo en nuestra forma de vida, bien sea institucional, espiritual, musical, lingüística o gastronómicamente, es sólo españolidad excluyente pura y dura a gran parte de lo que somos.
Al final la hispanidad es lo que nos engloba, en su conjunto, como pueblos que comparten unas mismas características traídas del viejo mundo, de nuestra hermana Hispania
El camino está en tender puentes de polo a polo. Saber las consecuencias que implicó la conquista española, con sus cosas buenas y muy malas. Sin pisotear la memoria de nuestras tribus aborígenes que merecen sentirse incluidos, no excluidos, en este sentido de sociedad que forjamos en Hispanoamérica. Debemos ser capaces de analizar nuestra historia, rehuyendo de todo populismo que nos hable de nuestro pasado como si aún la guerra entre ambos hemisferios persistiera. Hoy son más las cosas que nos unen que nos separan. Después de todo, la hispanidad nos cruza y mestiza a todos: españoles y americanos por igual.
Referencias Bibliográficas:
Álvarez de Miranda, A. El pensamiento de Unamuno sobre Hispanoamérica (2017). Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Donofrio, A. Unamuno y América, Una Intensa Relación (2014). Fundación Ortega-Marañón.
Saborido, J. Por Dios y por la Patria: el ideario del nacionalismo católico argentino de la década de 1970. Studia Histórica. Ediciones Universidad de Salamanca.
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Briceño Iragorry, M. Mensajes Sin Destino: Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo. (1951). Revista Cifra Nueva Julio-Diciembre 2009, Nº 20.
Schulze Schneider, I. Leyenda Negra de España: Propaganda de la Guerra de Flandes (1566-1584). (2008). Editorial Complutense, Madrid.
Cortijo Ocaña, A. “Spanish Black Legend” (La Leyenda Negra Española). (2010).
Leonardo J. Aristigueta (2000)
Estudiante de Derecho en la Univeridad Catolica Andres Bello (UCAB).
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